Abriendo Regalos de Cumpleaños

-... Así que sí era en serio lo de la universidad, ¡vaya! –comentó con fingida sorpresa la kitsune, de nuevo apareciendo a su lado como de la nada tras varios minutos de silenciosa soledad. Quizás estaba adquiriendo esa mala costumbre–. Y yo que creí que era sólo parte de tu excusa para ficharte en el papel de niño bueno...

La esbelta e igual de ligera figura se giró de un solo movimiento dando media vuelta en su lugar, directo a sentarse sobre la cama con ambas piernas entrecruzadas sobre las sabanas. Aparentemente para ella, el observarlo era un hobbie del que no podría cansarse jamás por más que él no pareciera hacer nada interesante en absoluto; era sólo su objeto de alabanza, de admiración, y la más exacta representación de perfección a su ver. Aunque eso último se lo cuestionaba repetidamente a sí misma, porque sonaba tan cursi que quizás y eran pensamientos sólo causados por el maldito amor a primera vista que venía implantado en cada pet existente sobre el planeta. No, era más que seguro que era por culpa de eso. ¡Ella no era tan ridículamente cursi!

-¿Qué piensas estudiar? –preguntó como de la nada, de golpe interesada en el tema tras verlo trabajar–. Me refiero a la universidad.

-... Uy... por favor, porque parece que tú no tienes mucho de dónde elegir... –susurró, esculcando sin pudor alguno, uno de los cajones del muchacho donde guardaba su ropa; más específicamente, su ropa interior. Ni siquiera se habían escuchado sus pasos cruzar por la habitación, ni el sonido de los cajones al abrirse, ¿cómo es que podía pasar de aquí a allá como un fantasma...?

Pero apretó los labios, disconforme con lo que sus ojos veían. ¡Era tan aburrido, todos sus bóxers eran lisos o de colores oscuros y sin chiste! O eso creyó, hasta que parpadeó con curiosidad y terminó de husmear hasta el fondo del cajón, por debajo de todas las prendas, y encontró la causa de su inminente sonrisa y el brillo infantil en su mirada.

-¡Ay, pero qué lindo...! ¡Éste sí me gusta! –ahogó entre una risita divertida cuando sacó del cajón y tendió frente a sí para ver mejor el bóxer color azul cielo, con un estampado que parecía cubrir toda la prenda por completo; pequeños patitos amarillos de hule, como los que se solían usarse al bañarse en la tina.

-... Es lindo de su parte, ¿no? –susurró la rubia que llegaba hasta él para abrazarlo por la espalda y ver lo mismo que él veía, sonriendo al instante–, al menos se tomaron la consideración para que no anduviera desnuda por ahí...

Algo que, aunque no pensaba decir en voz alta, le mataba de risa por dentro. ¿Qué tan desesperados estarían sus padres para en lugar de querer conseguirle novia prefirieran conseguirle una mascota? Bueno, al menos sus padres estaba de su lado, no tendría que preocuparse por eso. De todas maneras, seguía dando risa el ver que toda una familia pudiera unirse en complot para algo tan ridículo como quitarle la virginidad al niño de mamá y papá. ¡Era todavía más ridículo que eso en lugar de darle una perspectiva deprimente de ese chico sólo le hiciera verlo de manera más tierna y con más adoración!

-... No tienes que enojarte, ya te pusiste tenso –musitó con cuidado, apenas rozando su abdomen para notar su cuerpo agarrotado, y deslizó sus manos con suavidad hasta los costados del muchacho, buscando subir–. ¿Quieres que te dé un masaje...? Quizás y te tranquilice...

El suspiro bajo de ella fue como el desahogo necesario para tragarse cualquier queja que fuera a soltar, y sin siquiera molestarse en volver a mediar palabra, se encaminó hasta subirse a la cama y acomodarse tras él. Lo tomó de los hombros, inclinándolo sólo un poco para que al ella poder hincarse la posición le fuera más cómoda, y ahí sus pulgares se localizaron bajo la nuca del muchacho, comenzando a masajearle toda la zona con movimientos circulares y la presión necesaria para que no doliera pero lograra el efecto deseado. Comenzaría desde arriba, y si él se lo permitía, iría descendiendo de a poco para lograr un trabajo más completo.

Él era terco, pero en parte podía entenderlo, porque ella era igual. Eso no quitaba que le sacara un poquito de quicio. Era un niño terco e infantil, pero así igual de adorable, lo que al final, sólo la hacía maldecir aquella tontería de enamoramiento a primera vista; le echaba a perder las neuronas a los pets.

-Mhm, qué sutil manera de decirme que consiga trabajo... –murmuró por lo bajo con cierta gracia incierta, inclinando un poco más el cuerpo del muchacho hacia el frente, muy imperceptiblemente, para comenzar a bajar el masaje sólo un poco por su espalda–... Sí, a ver cómo pago eso..., supongo que es lo mínimo que puedo hacer.

Aunque en ese mismo momento, quizás ella estuviera disfrutando más de aquel contacto que él, porque era la primera vez que podía tocarlo de aquella manera tan firme, casi plasmando sus caricias en la piel de él. Y quizás, lo más difícil de todo, fuera mantener la concentración en que los masajes no se convirtieran en algo más que no debían ser, porque sino jamás se ganaría la confianza de Alan.

Aún así, aquello se volvía también una tortura cruel...

-... Si así podré estar cerca tuyo, haré cualquier cosa... –susurró inaudible, sólo un pensamiento dicho inconscientemente en voz alta.

-... Oye... –susurró como sin ganas de molestarlo, titubeando un poco sin saber si tocarlo o no, pero flaqueó, y terminó por posar las manos con suavidad sobre sus hombros, sin ganas realmente de moverlo; le gustaba tenerlo así, aunque las ganas de abrazarlo sólo se hicieran más intensas–... No puedes dormirte aún...

El corazón se le había acelerado aunque no quisiera, ¡pero es que era inevitable! Era un cambio muy radical el de su indiferencia y la distancia que constantemente deseaba poner que el que se dejara de aquella manera, aunque fuera por culpa del cansancio. Era adorable, se repitió, pero hizo un mohín y se aguantó el suspiro. No podía tocarlo, no aún, necesitaba ganarse su confianza antes de querer hacer cualquier cosa.

Intentó no moverse demasiado cuando se volteó un poco buscando jalar las cobijas, abrirlas para al menos hacer que se recostara como debía ser, y apenas pudo hacerlo intentó moverlo un poco a él de manera que no tuviera que levantarse ni hacer mucho esfuerzo, total, estando en el borde de la cama fue fácil llevarlo hasta que su cabeza tocara la almohada. Y ahí, sólo tenía que sacarle los zapatos, desabrocharle un poco la camisa y el pantalón, el problema era que se dejara sin que pensara que era otra cosa...

Ella tragó saliva dolorosamente, lento, antes de morderse el labio inferior e intentar controlar a su corazón nervioso. De nuevo, verlo, era toda una tentación; una dolorosa tentación. Apretó los ojos cerrados con fuerza, pero poco duró antes de entreabrir uno y volver caer maravillada por la visión de la piel tersa frente a ella, las facciones finas y los labios que tanto le incitaban a pensamientos inmorales... Era la ironía de encontrarlo tan endemoniadamente angelical.

Un roce. Fue apenas un pequeño toque el de sus labios mientras su rostro se había acercado al de él sin darse cuenta, embelesada por la imagen, pero se separó al acto levantándose de la cama y suprimiendo la tentación, las ganas de besarlo, abrazarlo o simplemente acariciarlo, tomando las ropas que antes él le hubiera entregado y saliendo de la habitación a toda prisa. Necesitaba tenerlo cerca y no podía, eso era horrible. Ella era de él, pero él no era de ella, eso apestaba. No importaba cuánto se repitiera que no podía amar a alguien que no conocía, la devoción por él parecía seguir estando, torturándole a cada segundo.

Sólo se pasó la mano por el rostro cuando se sentó frente a la laptop, de vuelta en el cuarto de él, y tras levantar la tapa por completo logró encontrar lo que él había estado buscando. ¿Y si él la regresaba...? ¿Y si se decidía que siempre no la quería y la vendía o la devolvía a la tienda...? Negó con la cabeza, y comenzó a releer cada artículo interesante que pudiera aparecer frente a sus ojos, decidida a investigar sobre su propia naturaleza si eso ayudaba a sacar mayor provecho de sí. Ella no quería ser devuelta, así él no le mostrara un mínimo interés en su persona, ella quería quedarse con él, e iba a conseguir convencerlo de lo mismo.

Los segundos se hicieron minutos, y los minutos horas, pero incluso así la laptop fue apagada incluso antes de que la rubia quedara satisfecha con su investigación, agotada en todo sentido, y se decidió a dormir las horas que hicieran falta antes de que el sol saliera en el horizonte. Aún así, no fue sino Alan el primero en despertar a la mañana siguiente, con el agradable sopor del sueño placentero a su alrededor, ignorante de la delgada figura que yacía acurrucada a su costado, abrazada a su cintura con debilidad.

El golpe seco contra el suelo dentro de la habitación fue todo lo necesario para que aquella chica terminara de abrir los ojos y pudiera levantarse del piso frío en medio de un quejido doloroso y herido, pero despabilado. El sonido de la ducha le había alertado, y viéndose incapaz de despegarse de la cama había recurrido a su último recurso, consiguiendo más que a medias despertarse para dirigirse escaleras abajo hasta la cocina, donde buscó casi al instante echarse un poco de agua al rostro para despertarse. La idea original había sido levantarse antes que él, era una lástima que hubiera tenido que desvelarse...

Luego, casi del todo recuperada y tras una leve mirada al interior del refrigerador evaluando sus posibilidades, comenzó por sacar un par de huevos, jamón, queso, champiñones, y otras cuantas nimiedades que se le fueron atravesando en el camino. Ése día, estaba decidida a empezar con el pie derecho –metafóricamente hablando–, y necesitaba obligadamente sentirse útil en esa casa, especialmente para él. Era sólo un desayuno rápido, porque aquello no le dejaba tiempo de mucho en realidad, y así, cuando apenas ella despegaba el omelette de la sartén para colocarlo en el plato fue que pudo escuchar de fondo el agua de la ducha cerrándose.

Ahí le cayó el veinte.

¿Se habría acordado él que el día anterior ella se había metido a bañar, utilizando las toallas que había ahí...? ¿Habría recordado tomar una toalla o...? Casi se le cayó el jugo de naranja mientras lo servía en el vaso, ante la sola imagen mental, y se dio prisa a regresar el envase al refrigerador antes de salir disparada de vuelta al piso superior, pendiente de cualquier sonido proveniente del baño, sumido en el silencio. Por alguna razón, no creía que eso fuera bueno, o el anuncio de una buena señal.

Al minuto siguiente, ella estaba sentada en el piso de espaldas contra la puerta del baño y con una toalla sobre las manos, como esperando pacientemente si es que a él se le ocurría encerrarse ahí de por vida, o asomarse y llamarla por algo de ayuda. Y aunque dudaba que hiciera lo segundo, lo primero tampoco era una opción.

La toalla le cayó sobre la cabeza sin premeditación alguna, apenas alborotándole un poco la cabeza en lo que la rubia con el corazón acelerado buscaba permanecer tranquila, secarle un poco el cabello oscuro y de paso, distraerse de su figura casi desnuda frente a ella para no cometer una nueva locura.

-Hazme un favor, ¿sí? Te hice desayuno –anunció como si nada, dejándole caer la toalla sobre los hombros una vez retiró el exceso de agua para que no escurriera–. Si te tardas se enfría, y si no lo pruebas me desquitaré luego; si no te gusta no es obligatorio que te lo comas.

“... Aunque me gustaría”, se dijo mentalmente, reprimiendo con todas sus fuerzas decir algo más mientras desviaba la mirada, lejos de él y del cuerpo que le tentaba tanto constantemente, acelerándole el pulso y tintándole de un apenas perceptible rosáceo las mejillas.

De nueva cuenta, el rostro del muchacho se vio siendo desviado por el sutil agarre de la mano femenina, de modo que sus labios se encontraron con los de ella en un toque quedo y extrañamente dulce que quizás, intentaba transmitir algo más.

-... Eso es lo que haré –le sonrió inclinada frente a él, sin siquiera tomar en cuenta lo provocativo de su camisa entreabierta desde esa posición–. Provecho –susurró con ánimo, y se dio la vuelta para tomar el cambio de ropa bien doblado, al igual que la toalla sobre la que descansaban las prendas desde minutos atrás en la cama yéndose directamente a internarse en el baño.

¡Estaba de ánimo! No importaba que él pareciera haber vuelto a su indiferencia habitual, para ella, hacía sólo falta recordar la noche anterior, la tranquilidad en su faz al dormir, y los eternos minutos de entretenimiento que habían significado para ella el tan sólo contemplarlo, acariciarle los cabellos, verlo tan vulnerable. Nada se compararía a ello.

Varios minutos más tarde, luego de que la chica de largos cabellos rubios se tomara su tiempo para secarse los mencionados y que éstos no escurrieran, bien aseada y arreglada fue que decidió bajar hasta el primer nivel, hurgando con curiosidad en la bolsita de canguro que conformaba parte de la femenina sudadera blanca con detalles en violeta y negro que traía puesta, y en cuyo pecho decoraba con letras estilizadas la palabra ‘Princess’. Pero no sacó las manos del bolsillo sino hasta que terminó de bajar las escaleras, sólo acomodarse la capucha de la sudadera bajo el cabello para que no estorbara y alisarse un poco con las manos la curiosa falda corta, negra, mucho más acorde a su apariencia juvenil a diferencia de la que hubiera tenido que usar el día anterior; a su ver, anticuada.

El brillo en su mirada se notó apenas ésta se alzó y captó la figura del que para todas sus emociones seguiría siendo su amo, y se acercó por detrás entre los pequeños pasitos saltarines que revelaban su estupendo ánimo, sólo apoyando los brazos sobre el respaldar de la silla donde el pelinegro aún descansaba con la atención adherida al televisor, y tras una breve mirada a la mesa, sonrió con más encanto.

-¡Te lo comiste todo! –exclamó por lo bajo, aunque audible para él, apresurándose a recoger su plato vacío–... ¿Te gustó, quieres más o estás satisfecho...? Aprovecha que voy a hacer algo más para mí...

La curiosidad, en ocasiones, era más grande que cualquier pensamiento racional. El plato se quedó donde mismo hubiera estado antes en la mesa, antes de que la llamativa rubia se agachara al lado del muchacho, con ambas manos sosteniéndose el rostro para verle detenidamente con vagos vestigios de inocencia en la mirada, y con la esponjosa colita que se ondeaba lentamente tras ella, de forma gatuna. La visión era, sólo casi, como la de una pequeña que espera por su premio.

-¿Podré verte...? –preguntó sin pensar, con aquella mirada llena de una innegable ilusión y una diminuta sonrisa contenida. Aunque en realidad, en sus pensamientos, ella esperaba poder hacer más que sólo verlo.

Pero las delgadas y finas manos sólo se desviaron una vez él se soltó, cayendo justo sobre las rodillas del chico a modo de poder mantenerse inclinada cerca de él, sin permitir recaer todo su peso sobre su cuerpo, y le mantuvo la mirada algo intensa, esperanzada.

-... Entrenas tenis, ¿no?... –afirmó con lentitud, admirando en silencio sus facciones, sumida en la propia tentación que éstas significaban para ella–... Yo sólo me preguntaba si..., ya sabes... podría verte mientras entrenas...

Corriendo, agitado, posiblemente hasta sudado, con las gotitas escurriendo lentamente por su piel cremosa y la camiseta pegada a su fuerte abdomen... Y se mordió ligeramente el labio inferior, apenas humedeciéndoselo mientras reprimía el deseo intenso de desvestirlo ahí mismo y tranquilizaba a su corazón algo acelerado. Su imaginación era muy activa, pero aquella sin duda, era imágen digna de un Dios.