Abriendo Regalos de Cumpleaños

Ella sólo alzó la mira, alejándola unos instantes del perfecto cuerpo del muchacho para encontrarse con sus ojos negros, y ladeó la sonrisa juguetona, hambrienta, tan distinta a la inocente que hubiera reflejado apenas minutos atrás. Eran las facetas de ella, o al menos, las caras que cualquiera podría esperarse de la naturaleza de un kitsune.

-... ¿Qué? ¿No te gusta que te admiren...? –le susurró con aquella voz sedosa que procuraba usar cada vez que sus palabras reflejaban sus dobles intenciones–... No es secreto que me gustas, ni tampoco que quiero besarte, o tocarte... –su mirada bajó, lentamente, deleitándose, por su rostro hasta detenerse en los finos labios de él–... Sólo... que eres tan difícil... –admitió bajo, con una risita ahogada, casi resignada.

Fue una lástima que él no pudiera llegar demasiado lejos antes de que los brazos de la chica le rodearan por la cintura, en una abrazo suave pero firme, que al parecer no iba a aceptar ser deshecho por él. Entonces la sonrisa infantil se marcó sobre el rostro fino de la rubia, que apenas buscó estrecharse un poco contra él, más cariñosa que nada, como si mágicamente, hubiera vuelto a cambiar de faceta por la niña pequeña que vivía en ella.

-... Seré fácil, pero sólo para ti –le miró con atención, directo a los ojos–... Vamos Alan, sabes que no te haré nada que tú no quieras, no voy a faltarte de esa manera... Sólo me gustas mucho, realmente sólo busco estar cerca de ti, ¿es tan difícil de creer...?

-No seas cobarde, se supone que ya eres todo un hombre... –le sonrió con reto, afirmando sus manos de tal modo que él no pudiera desprenderla de sí con facilidad, sólo consiguiendo apretar más el cuerpo de ella contra el de él conforme más luchaba por separarla–. Si me dieras algo de cariño me mantendrías tranquilita, ¿sabes...? –le hizo ojitos de súplica, demasiado convincentes–... Los pets sólo buscan amor..., si al menos me dieras un abrazo o un besito de vez en cuando no me tendrías sobre ti robándotelos a cada instante..., no puedes culparme por pretender algo de atención tuya... Y más cuando yo te quiero tanto-tanto... –resolvió con vocecita infantil, desafortunadamente para él, tan poderosamente convincente como su mirada.

Era sin duda toda una actriz, merecedora quizás hasta de su propia película, aunque en aquel instante sus aspiraciones no fueran a tanto, para ella era muchísimo más importante lograr atrapar el corazón de aquel muchacho que parecía inquebrantable. Ésa era su aspiración, y él, su crítico a satisfacer.

-No quiero –renegó completamente caprichosa, apretando los labios y arrugando el ceño–, te vas a acostumbrar a que te abrace y te toque te guste o no. ¡Hasta que te entre en la cabezota que yo no quiero sólo sexo de ti! ¡Desconsiderado, te estoy diciendo que yo sí tengo sentimientos como cualquier persona normal, no soy un robot! –reprochó con molestia y ligero resentimiento, pero no lo soltó, y no iba a hacerlo todavía; aún quería darle a entender que de no ser por las orejas y la cola, ella bien podría ser una humana normal... Locamente enamorada de él, pero al fin y al cabo normal–... Yo quiero tu cariño..., aunque sea con demostraciones pequeñas... –admitió bajo, angustiada, con la sinceridad plasmada en la mirada–... Un beso, un abrazo..., una caricia o mimo... ¿No es normal querer mitigar la necesidad abrazándote yo misma...? O besándote...

Cuánto más equivocado podría estar él en todo aquello, cuánto más alejado de la realidad habría ido a caer en cuanto el roce húmedo contra su lengua le hizo darse cuenta de que ella no sólo no se había alejado de su cuerpo, sino que había comenzado a responderle con un deseo inusual, despertado gracias al acto pionero e inusitado del muchacho. No había estado ni cerca de lograr lo que en un inicio había pretendido pues, lejos de lograr que ella entendiera algo, sólo había logrado que la consciencia de la rubia se perdiera en algún lugar de limbo, luego de que su cuerpo se estremeciera por la sorpresiva respuesta del pelinegro y sus manos se aferraran con fuerza a la camisa de él, tensas en su espalda.

De nuevo, el sabor extraño y adictivo, incitante, abrumó todos sus sentidos tentándole a querer probar más de él, a sentirlo aunque ya no pudiera apegar mucho más su cuerpo al de su acompañante con las prendas de por medio, y jugó en la cálida cavidad sin medirse ni reprimirse, con el corazón en un puño, latiendo desaforado. Era verdaderamente increíble cómo sólo él, con esa facilidad, podía lograr tan intensas reacciones en ella, en su cuerpo, con apenas besarla, permitirle algo de libertad sobre él, y el placentero delirio que eran sólo sus labios sobre los de ella, acariciándose.

Era como un jugueteo infantil e inocente, la manera en que él la incitaba inconscientemente y ella respondía de la misma manera, sumida e igualmente entregada a lo que él hiciera de ella. Era nuevo, era extraño sentir la iniciativa por parte de él, pero eso sólo lo volvía más avasallante para sus sentidos, apabullándola; si no fuera porque él se lo había dicho, seguramente, no creería que era apenas la segunda vez que besaba a alguien, porque era increíble haciéndolo. ¿O sería que él aprendía rápido...?

No importó en ese momento, y fue igualmente imperceptible para él el modo e instante en que se encontró de espaldas contra la pared, apresado entre ésta y el cuerpo agitado de la chica que presionaba intranquila el busto contra su pecho, palpando aún por sobre la camiseta la piel de su espalda, en busca de calmar un poco el ligero ardor de su propia piel. Era algo insoportable, tentador y prohibido. Pero eso último sólo la incitaba más.

Se preguntó escasamente por algunos segundos, si así de apegados él sería capaz de sentir el latir apresurado de su corazón alborotado, pero la cuestión fue derribada por una mucho más intrigante. ¿El resto de su cuerpo, sabría igual de bien que su boca...? Fue todo un reto terminar con el jugueteo incesante de sus labios contra los de él algo ya sonrosados, incitantes al pecado, pero apenas probó el interior de su boca una última vez antes de lamer un poco el labio inferior del muchacho, desviándose entre un pequeño beso húmedo en la comisura de sus labios, y huyendo directamente a la curvatura de su cuello, deteniéndose a probar la exquisita piel, tan maravillosa como todo en él.

Sin embargo era esa misma incomodidad la que asaltaba el cuerpo de aquella muchacha que, a diferencia de él, aceptaba con mucha más facilidad las reacciones inevitables de su cuerpo azorado. Reacciones que sabía perfectamente y sin espacio a la duda, él sería el único en conseguir de ella. Ésa era la principal razón por la que en aquel instante, fue tan complicado el lograr controlarse, tranquilizar su respiración y su pobre corazón, la ansiedad incontenible sobre su piel.

Su labio inferior tembló por milésimas de segundo, y no atinó más que a morderlo mientras desviaba la vista, acostumbrándose a la impotencia que era tenerlo al alcance y no poder tocarlo, pero altamente satisfecha con descubrir que, en menos de dos días, ya estaba consiguiendo sus avances con el muchacho. Eso era alentador, o al menos para ella.

-... Claro –susurró con ligera comprensión, tras deshacer el agarre con una simple caricia sobre los brazos del muchacho que buscaba persuadirlo indirectamente, y tras besarle la comisura de los labios, pegó media vuelta directo a tomar el plato sucio sobre la mesa e internarse en la cocina.

Ella también necesitaba desayunar algo, aunque aquello le hubiera caído como una entrada maravillosa...

No tardó tampoco demasiado para que nuevamente la compañía le cayera encima, casi literalmente, luego de que la chica rubia terminara de desayunar y lavara los trastos sucios, de modo que al terminar simplemente se sentó al lado del muchacho dejándose recargar de lado contra su cuerpo con plena confianza. Era consciente de que tal vez, lo más probable dada la actitud y personalidad de Alan, era que simplemente estuviera acostumbrado a que nadie se le acercara, ni menos le tocara, pero eso lejos de hacerle sentir alguna clase de peligro o precaución para mantener su distancia, sólo le incitaba más a pegársele cual chicle.

-... Y, ¿ya te lavaste los dientes...? –preguntó como sin querer, con aparente desinterés aunque su mirada estuviera de alguna manera concentrada en las manos de él, y en la pelotita que giraba una y otra vez en el aire, hasta que sonrió juguetona–. ¿O prefieres que yo te limpie la boquita también...?

-Con ése tipo de comentarios no me sorprende haber sido tu primer beso... –comentó como a la nada del techo, recostada a lo largo del sofá luego de haber caído de espaldas cuando él se hubiese levantado–... Cualquier chica lo hubiera tomado como una ofensa a su imagen y vestido; sí, creo que es obvio que si así me vestí es porque así iré, ¿o preferirías que fuera sin ropa...? Aunque también podría ponerme algo tuyo...

Total, ella se sabía como fémina con el poder de usar ropa de cualquiera de ambos sexos y seguir viéndose bien. Ésa, era sin dudas otra de las ventajas que tenía de haber sido creada con una cara bonita y un cuerpo no despampanante, pero sí bastante vistoso y bien proporcionado. Ella no podría estar jamás más conforme con lo que tenía, porque su autoestima y ego no tenían precio.

Entre movimientos ligeros y delicados, casi rítmicos, cual bailarina andante fue que se levantó risueña del cómodo sillón para pararse frente a él, con ambas manos sobre las caderas, apenas ladeando una sonrisa en un intento de mohín gracioso. Él era tan curioso a veces...

-¿Sabes que no te conviene ignorarme, verdad? –casi afirmó acercándose tan sólo un poco más a él, peligrosamente cerca aunque sin llegar al contacto–... Porque si me ignoras... –insinuó de cierto modo amenazante, rodeando la cintura del muchacho a modo de semi abrazo–... haré que me hagas caso a toda costa –sonrió retante, tras deslizar sus manos hasta la espalda de él, y un poco más abajo para agarrarle sin pudor alguno su parte posterior de forma tal de dejarle la sensación de sus manos marcadas, y tras eso se rió con travesura para dar un giro sobre sí misma y salir hacia la reja de la entrada dando saltitos, antes de que él reaccionara y le hiciera o dijera algo.

-Alan... –resonó la vocecilla cantarina, aunque tranquila, como haciendo eco a sus pensamientos, mientras la chica repasaba la mirada por las casas vecinas con cierta aburrición; era un paisaje sin chiste, quizás demasiado monótono–... ¿Alguna vez te sueltas? –preguntó, pero al darse cuenta de su propia pregunta, intentó explicarse–. Ya sabes, relajarte, pasártela ‘light’, hacer lo que se te dé la gana sin la preocupación de lo que dirán o harán los demás... Talvez, no sé, me da la sensación de que vives muy pendiente de no arruinar tu propia imagen.

Por ahí él no era el chico hosco y desinteresado que demostraba ser, aunque nunca se sabía, siendo también tan de poco hablar, era realmente difícil saber con exactitud lo que se le cruzaba por la cabeza a cada instante. ¡Ah, pero santo aquel que lo adivinara con ese chico! Y lograra mantenerlo contento, porque hasta ahora, la única forma de hacerle feliz que le dejaba entre ver, era la posibilidad de que ella se esfumara de su vida. Y bien, la cuestión dolía, pero prefería no hacerle caso, y seguir intentando todo antes de llegar a darse por vencida.

-... Aunque quizás, sea sólo mi imaginación... –dejó escapar minutos después, como un pensamiento dicho en voz alta que complementaba lo que antes hubiera afirmado.