Abriendo Regalos de Cumpleaños

Con una pierna a cada lado del muchacho, la distancia entre ambos cuerpos se fue reduciendo mientras la fémina descendía sobre él con cuidado, buscando inconscientemente calmar un poco el ligero calor incómodo que comenzaba a esparcirse por su cuerpo como una calentura y parecía menguar conforme la cercanía con él aumentaba. Quería tocar más de él y no se atrevía, quería probar más de él y no podía, pero apenas recordaba el por qué supuestamente, no debía hacerlo. Y era tan complicado...

Llegó un punto en el que un diminuto jadeo se ahogó contra la boca del pelinegro, cuando el cuerpo estrecho de la rubia se apretó un poco contra el de él, sintiéndolo más que perfectamente gracias a la delgada tela de la ropa, a la inexistencia de ropa interior en ella, y al deseo constante de tocarlo. Jugó con su boca, con sus labios y su lengua, sin querer perderse nada de él en ese momento, ni de su sabor extraño pero agradable, de la tibieza, de la correspondencia con que le recibía, y sin embargo, sus manos tensas permanecieron lejos de su cuerpo y la tentación, sabedora de que un solo roce piel a piel bastaría para perder el control sobre sí misma.

La figura agitada de ella se quedó ahí, con la mirada nublada y los labios sonrosados entreabiertos mientras regularizaba su respiración dificultosa, entrecortada. Había estado tan cerca de perderse por completo, que volver de aquella manera a la realidad había sido desconcertante, pero tragó duro mientras intentaba volver a acercarse un poco a sus labios, aunque no bien alcanzó a rozarlos apenas sus últimos restos de consciencia le hicieron desviarse, terminando por besarle una mejilla con ternura. Luego, el susurro sordo al oído del muchacho que ni siquiera alcanzó a comprender nada por la sensación de desubicación, de los oídos tamponados, y la distancia se hizo.

Como en un sueño lleno de fantasía, con movimientos gráciles y quizás hasta hechizantes la muchacha se separó con cuidado del cuerpo del chico hasta darse la vuelta y sentarse a su lado, pero de espaldas a él, brindándole un poco de espacio para recomponerse. Sin embargo ella seguía abrumada, con el calor del cuerpo inquietándole aún, y su mano subió hasta permitir que la yema de sus dedos rozaran el borde de sus labios, con la sensación todavía impresa en ellos.

Los minutos siguientes para ella fueron tan silenciosos dentro de aquella habitación, que recorrió todo el interior con la mirada, como reconociendo la huella que su dueño tenía en él, logrando exitosamente distraer su mente. No estaba orgullosa de casi haber perdido el control, pero estaba feliz de haber podido conseguir lo que quería; ahora, por el resto del día, debía portarse bien, porque lo había prometido.

Aunque claro, él le debía un beso todavía...

La pequeña risita infantil se ahogó cuando ella se dejó caer de espaldas a la cama, aspirando silenciosamente el aroma que ésta despedía, el aroma que sólo le pertenecía a él, y ahí se quedó eternos minutos en los que sólo su volátil imaginación divagó en cosas y posibilidades que sólo le hacían sonreír cada vez más.

Casi veinte minutos después, se levantó de la cama admirando sus prendas una vez más, y tras un gracioso mohín, tomó la parte baja de la camisa que le quedaba larga y la anudó sobre su abdomen para no que no pareciera una vil pijama. De cierta forma, le dio un toque más juvenil. Pero no se terminó de revisar por segunda vez que bajó las escaleras con curiosidad, buscando a hurtadillas escabullirse a ver qué era lo que hacía el muchacho dueño de sus pensamientos.

-... ¿Nunca te han dicho que te ves realmente lindo con esa gorra? –susurró la voz femenina a su lado apareciendo como de la nada, aunque en realidad fuera sólo gracias a que todos sus movimientos resultaban ser ligeros y sumamente cautelosos cuando lo requerían, cual predador asechando a su presa.

Quizás era así de literal. Con cuidado se acomodó la falta con las piernas juntas, sólo para lograr sentarse a su lado para observarlo un instante, antes de perderse en el patio delantero, en la calle varios metros más adelante. Por primera vez, comenzaba a descubrir lo que era la soledad, y para ella, era la incomodidad sentida cada vez que se encontraba lejos de él.

-... ¿Te molestaste? –indagó con un tono suave, quedo, aunque fuera más mera curiosidad que preocupación por el tema de momentos atrás.

-Lo guardaré para después, por ahora estoy satisfecha –afirmó de lo más tranquila y radiante, jugando ligeramente con sus pies sobre la escalinata sin prestar verdadera atención–, y es lindo ver que tienes poca resistencia también –sonrió con inocencia.

¡Eso era bueno, se le pintaba un buen camino a futuro! Sólo debía esmerarse más, y seguramente lograría lo que quería con él muy pronto. Que fuera virgen y no hubiera tenido ni siquiera su primer beso, al final, sólo era una ventaja más para ella; era grandioso saberse con ese poder.

-Y por cierto, había otra cosa que quería preguntarte... –musitó volteando a verlo, antes de agarrarse la tela de la falda y señalarse con la otra la entrepierna mientras estiraba las piernas hacia el frente y en el aire como niña pequeña–. ¿No tienes nada que pueda usar de ropa interior? Se siente muy fresquito sin nada abajo...

-¡Qué bien! Una salida, va a ser interesante –animó para sí juntando ambas manos contra su pecho con emoción, antes de dejar descansar ambos brazos sobre sus rodillas e inclinarse más cómodamente para verle mejor; era tan obvia que no necesitaba ni afirmar en voz alta que él era su objeto de adoración–... Oye, ¿y qué hay de tus padres...?

Ése era un punto importante que por poco y dejaba pasar, pero no debía olvidar, porque podría ser un factor clave para cumplir lo que quería. Si se quedaba sola con Alan iba a ser fácil persuadirlo, pero con más personas... todo iba a ser más complicado...

-Uhm, eso me huele a que te hace falta un poco de diversión sana y unas vacaciones familiares para relajarte –le sonrió un poco–. Quizás se te cumpla pronto...

Aunque él no se notaba preocupado por ello, pero nunca se sabía, tenía entendió que a veces las personas suprimían lo que dolía o les restaban interés. ¿Sería éste uno de esos casos? Por otro lado, él no era tan común como debería de ser...

-Creo que será interesante hacerte compañía –y tras estirarse y colocar ambas manos en el suelo tras su espalda, se estiró en su lugar en medio de un pequeño ronroneo son una sonrisita divertida–. ¿Crees que... podré dormir contigo esta noche, o necesito prometerte que no atentaré contra tu castidad mientras descansas?...

Tras ingresar a la casa de vuelta y cerrar la puerta de entrada ella le siguió en silencio hasta la cocina, sólo mirándole con el ceño fruncido mientras él sacaba los platos, servilletas y demás, cuando alzó una mano hasta posarla en su cabeza, sobre la corra, y tentó apenas el lugar donde residían sus orejas. ¿Lo había hecho para ocultarla del repartidor...?

-... ¿Te avergüenza? –preguntó directamente sin aguantarlo–. Que te vean con una pet, me refiero... ¿Por eso me pusiste la gorra?...

-¿Bromeas? –regresó al instante, sin perderle de vista ni un segundo, ni moverse del marco de la puerta de la cocina sin siquiera borrar su expresión–. ¿No te das cuenta que aunque quiera cambiarlo no dejaré de ser lo que soy? ¿Qué puedo esperar de mi vida, estudiar, hacer una carrera, trabajar? Nadie se toma en serio a las mascotas, y aunque mi función ahora se reduzca a obedecerte en lo que quieras, ¿qué más puedo hacer si no pareces tener si quiera un mínimo interés en mí? ¿Crees que no me aterra saber que fui diseñada como un juguete sexual al que si no se le da uso en una semana corre riesgo de morir? ¡Vaya metas! –bufó frustrada desviando la vista, cruzándose de brazos con indignación.

Él no podía siquiera imaginarse lo que era, ¿cómo podía saber lo que ella quería? Si quería tocarlo, besarlo o abrazarlo no era para terminar en la cama, era porque él de verdad le gustaba. ¿Y qué más podía esperar de la vida además de poder estar con él, que era su amo? ¡Nada! Como mascota carecía de muchos derechos, y entre ellos, los estudios, algo que sin duda les impedía desarrollarse como humanos comunes.

Desprevenido, ni siquiera alcanzó a reaccionar cuando la delgada mano de la muchacha lo tomó de la barbilla para hacerlo voltear y regresarle la mirada a la penetrante de ella que parecía atravesarlo con fuerza, todo lo contrario al suave agarre con el que llevó más tarde un pulgar hasta el labio inferior del chico, acariciándolo un instante. La sonrisa complacida llegó después, pequeña y queda.

-Tomaré eso como un trato... –susurró con cuidado, aunque la seriedad en sus palabras era notoria–. ¿Y sabes qué? Voy a empezar por ti, haré que me tomes en serio y a ver si eso sirve para que dejen de importarte las apariencias y el que la gente te vea como uno más, aunque tú tampoco haces mucho por el que la gente te tome en serio –lo soltó con tranquilidad, quitándose ella misma la gorra para colocársela a él de regreso de un solo movimiento, inclinándose un poco hacia él y acomodándole unos cuantos cabellos desordenados que salían de la misma–... Yendo en contra de la corriente buscando ser diferente, conformándote con hacer lo que tus padres quieren... Hasta me pregunto si juegas tenis por gusto o porque ya no tienes de otra...

-Si te cae pesado significa que te afectó, y si te afectó es porque en algo debo de tener razón –se encogió de hombros restándole importancia y sentándose obedientemente en una silla, aunque en realidad sólo fuera a comer por gula, porque hambre no tenía; o al menos no hambre de comida–. Lo ignoro, pero supongo que luego me enteraré. Igual sabes que no tengo nada en tu contra, me sigues gustando seas como seas.

De haberla visto, seguramente, habría sido un espectáculo gracioso el cómo la muchachita rubia picaba con un dedo su rebanada de pizza, cómo intentaba despegar los peperonnis del queso o hasta éste mismo del pan, para finalmente empezar a comerla por donde usualmente nadie comenzaba; la orilla de pan. Arrancando pequeños pedacitos con los dedos, inspeccionándolos y llevándoselos a la boca con cuidado después, quizás era sólo una forma de matar el tiempo, o quizás tuviera más ocio que hambre, aunque iba a admitirlo, estaba buena.

Al final, todo transcurrió en un silencio bastante tranquilo que les permitió a cada uno sumergirse en sus propios pensamientos , al grado de lograr hacerle olvidar a él un poco el enojo, y a ella... sólo divagar en tonterías sin sentido, porque terminó comiendo una única rebanada y un vaso de soda para sentirse más que satisfecha, y el resto del tiempo se lo dedicó a admirar en silencio a su acompañante mientras comía, ignorante de que ella inspeccionaba tan silenciosa como meticulosamente cada una de sus facciones. No dejaba de repetírselo a sí misma, era lindo, muy lindo... pero igual de terco que ella, y más arrogante, todo un caso.

Apenas lo vio terminar de comer minutos después, cuando sus gestos le indicaron a ella que no comería más y él se perdió en el noticiero de la televisión, fue cuando se decidió a despegarse de la silla para poder rejuntar los trastes sucios sin decir nada, apenas regalándole un beso en la mejilla antes de llevárselos directo al lavatrastos y ponerse a lavar. No había sido nada difícil encontrar el jabón, y lo bueno de esa casa –luego notó–, era que la mayoría de las cosas se encontraban bien ordenadas y por lo mismo, fáciles de hallar..., lástima que el cuarto y los cajones así como la parte de debajo de la cama de Alan fueran la excepción. Pero ya se encargaría de arreglar ese cuarto también, total, en el proceso terminaría esculcando y enterándose sin querer de algún par de cosas, seguramente.