Soledad, Paz

-No soy un bebé –objetó tras fruncir los labios incómoda por el rumbo que parecían haber tomado los pensamientos de él–. Y ya te dije que puedo dormir en el suelo, ni me sentirías cerca... Sólo –alzó la mirada aguantando el aire–, sólo no puedo dormir en una habitación sola, no sé explicarlo. No es miedo, es sólo un sentimiento muy desagradable..., como un vacío.

¿Sería aquello que denominaban tristeza? Angustia, depresión, desolación, en realidad habían tantas derivaciones que no podría asegurar si era alguna de todas, ni mucho menos saber si es que ya había podido probar un poco de cada una. Los sentimientos eran algo muy redundante, y la mayor parte del tiempo molesto y estorboso..., pero seguramente eso Alan no lo comprendería.

-... Paranoico... –musitó apenas se halló sola en la habitación, pero no movió ni un solo musculo hasta pasados unos minutos tras los cuales, apenas se permitió dejar salir algo de aire de su cuerpo, procedió a subirse a la cama para sentarse sobre las cobijas, con ambas piernas contra su cuerpo para poder apoyar la barbilla entre sus rodillas, abrazándolas contra sí.

Él le ponía tan poca atención, que seguramente ni había notado que la ropa que se había puesto tras salir de bañarse, era para dormir. No, ¿pero qué atención iba a ponerle si apenas y la volteaba a ver? Lo peor de todo, es que ni siquiera podía obligarlo a verla porque después salía contraproducente. Volteó al techo, y por un breve instante se preguntó si podría dormir sola de proponérselo; seguramente sí, pero hasta bien entradas horas de la madrugada, cuando ya faltaran escasos minutos para la hora de levantarse y no hubiera podido descansar nada.

¿Realmente sería un capricho...? Lo dudaba, pues ya ni se sentía con la seguridad para afirmar o negar cuándo algo se trataba de un simple capricho, o una necesidad previamente configurada. Ser un Pet era realmente odioso.

Con el largo cabello dividido en dos, a cada lado de su cuello y sobre sus hombros, la muchacha parecía entretenida trenzando las hebras doradas con cuidado para poder dormir sin que éstas se le enredaran aunque, aún así, fueran bastantes los cabellos más cortos que se esparcieran sueltos rodeándole el rostro. Apenas terminó con los cabellos de un lado y se colocó una pequeña liga, procedió con el otro lado y giró la mirada al chico que parecía preparado para dormir en la misma cama.

-... Sabes que cualquier cosa que quieras para comer hace falta que me la pidas –le regresó de igual modo, aunque sin alzar demasiado la voz debido al silencio–. Si no me das tareas qué hacer no tendré cómo practicar mis habilidades y... no es recomendable que eso suceda –suspiró bajito, terminando de trenzarse el resto de la cabellera clara para colocarse otra liga.

-Es probable... que pueda llegar a olvidar tareas mínimas implantadas si jamás las pongo en práctica –le miró un instante–. Serán lentamente reemplazas con cosas más importantes que aprenda después..., así cuando quiera usarlas será tarde, tendré que aprenderlas del modo tradicional –y se quedó así, por varios minutos en silencio sin nada más interesante que sólo observarlo, en lo más profundo de sí, manteniendo el ridículo anhelo de poder repetir aquello cada noche, sentirlo por un efímero instante, con ella–. Nee... –llamó quedito entonces, sin buscar perturbarlo demasiado o quitarle el sueño–, Alan... ¿Crees que... te he dado motivos para desconfiar de mí...?

Simple curiosidad. No buscaba saber nada más allá de un Sí o un No, y por otra parte, por saber que Alan era de aquellos chicos que, definitivamente, calladitos se veían más bonitos. Y era menos hiriente de ese modo, también. Porque no servía repetírselo, no servía que él le dijera que olvidara el ser una Pet si se negaba a dejar de pensar que ella sólo deseaba obtener sexo de él, pero tampoco servía que ella se lo dijera, si no estaba dispuesto a reconocer verdaderamente lo que ella sentía por él. No quedaba otro camino, no había ninguna otra opción para ella si no lograba jamás ignorar y hacer a un lado lo que sentía...

“Estúpidos sentimientos...”

-... Qué bueno –susurró ella por respuesta atreviéndose a sonreír un poco, y sin hacer el más mínimo ruido o movimiento brusco que pudiera molestarlo procedió a meterse bajo las cobijas, dejando una buena distancia entre ambos suficiente para no aturdirlo con su presencia–. Que descanses... –musitó ya a lo último, sin interrumpirlo más para dejarlo dormir adecuadamente.

El silencio se instaló los siguientes minutos de un modo extraño que para ella, por primera vez, no le resultaba para nada desagradable. Menos con la vista que poseía desde su lugar. Incluso resultaba curioso que aún con el sueño y cansancio que tenía encima, no quisiera cerrar los ojos para perdérselo; más maravillada quedó, cuando la respiración pausada y queda del muchacho le hizo notar al fin su sueño. Se miraba tan lindo..., tan tranquilo y vulnerable, con aquella piel blanca de porcelana que hacía notar su rostro tan fino y frágil. Fue demasiado tarde notar cuando se hubiera acercado, apenas un poco, para que su mano alcanzara a tocar la mejilla del muchacho con timidez, como temiendo que el imperceptible roce fuera suficiente para despertarlo, algo que no sucedió, y que la alivió al punto de atreverse a acariciar un poco su rostro con la yema de los dedos, disfrutando de la calidez y suavidad al contacto.

La caricia sutil terminó cuando su dedo índice se localizó sobre el labio inferior del pelinegro, tentándose inconscientemente a sí misma, pasando saliva con dificultad, pero rindiéndose a su condena sólo para alejar la mano, hundirse en la almohada. No podía. Realmente no quería pasarse de la raya y darle motivos para desconfiar de ella. Todo el incidente de aquella tarde podía quedar fácilmente en el olvido si a cambio recibía como ahora, unos minutos de plena libertad en los que pudiera tan sólo tocarlo un poco; y entonces lo notó, se estaba volviendo masoquista. Era terrible saber eso, aceptar que no quería perder esos pequeños instantes en que podía verlo y tocarlo, sentirlo sin que él la alejara o le soltara palabras frías cargadas de desinterés. Era frustrante.

Suspiró profunda pero silenciosamente, y se decidió a cerrar los ojos al fin para darle la bienvenida al sueño, a la pesadez de su cuerpo y su mente. Sería lo que tuviera que ser, y quizás, tan sólo quizás, si él le dejaba vivir un poco más, tendría alguna oportunidad...

Casi a segundos de que la puerta se hubiera cerrado tras él sin embargo y sin premeditación, una toalla seca le cayó sobre la cabeza, cubriéndole en parte los hombros también aunque la muchacha rubia frente a él, ya impecablemente vestida y arreglada para el día con una camiseta pegadita de manga tres cuartos y un pantalón de jean con corte pescador –un conjunto muy juvenil que a leguas se notaba no era con planes a salir de casa–, le frotara apenas un poco la toalla sobre los cabellos para secarlos únicamente lo suficiente para que éstos no escurrieran sobre el suelo, tal como parecía hacerlo el resto de su cuerpo que, por evidentes razones para el pulso y sonrojo de la fémina, prefirió no tocar.

-Debes estar bien loco para salir a correr con este clima –recriminó casi inadvertidamente por el tono quedo de su voz, que más bien parecía de mero capricho–... ¿Buscas que te dé una neumonía? Puedes morirte de eso por si no lo sabías.

-... Pero si nomás viendo el cielo se notaba que iba a llover –masculló bajo, desviando el rostro colorado solamente para evitar hacer alguna estupidez sólo de verlo semi desnudo frente a ella–. Igual, imagino que te meterás a bañar... ¿Quieres que te haga de desayunar, o prefieres sólo algo calientito para tomar...? ¿Café, té...? –inquirió sólo por distraerse, dándose vuelta con paciencia directo a la cocina de camino al fondo de esta, al cuarto de lavar donde dejaría la camiseta empapada.

¡Lo hacía a propósito, ahora sabía que sí lo hacía a propósito! Ése maldito..., sólo lo hacía porque sabía que no podía tocarlo, ¡la provocaba, la incitaba...! Le ponía la fruta prohibida en las manos y se negaba a dejarla probar... Era patético, le daban ganas hasta de llorar. ¡Ah, pero vaya que se iba descargar con él cuando al fin tuviera oportunidad, iba a ver estrellitas y a ver si entonces lograba olvidarla!...

Para entonces, ni el calzado húmedo ni el diminuto charquito que habría quedado en la entrada seguirían ahí, pues lo primero estaría ya en el cuarto de lavar también, donde el trapeador le haría compañía luego de ser usado por la rubia mientras el agua para el té –que ya se encontraba servido en su taza y colocado sobre la mesa–, se hubiera estado calentando.

-... Ahora sí tengo oportunidad de decirte Buenos días –ironizó con cierto toque divertido, con las manos tras la espalda de modo inocente pero servicial–. ¿Qué se te antoja para desayunar?

-Pregunta indiscreta –advirtió recargándose de espaldas justo al lado de la puerta, observándole tranquila, y hasta cierto punto, aburrida; por alguna razón, descubrir su diario alimenticio no le sorprendía–. Tú no disfrutas para nada las navidades, ¿verdad? Ha de ser un suicidio darte el gusto aunque sea por un día...

¡Y claro! Más cuando se trataba de la fecha donde más se quejaba la gente de haber subido de peso..., cuando todos se daban sus gustos con las tartas, pasteles, galletas, dulces y demás postres tan llenos de calorías y carbohidratos. Iba a tener que desayunar ella a parte, porque sería sólo un mero sueño imaginar que ella le acompañaría con esa dieta tan aburrida.

-Lo decía por lo que te tienes permitido comer... debe ser terriblemente molesto privarte de tantos gustos en esas fechas..., aunque quizás ni siquiera sabes lo que darte un gusto significa –susurró ya a lo último sin intención de que él la escuchara, relajándose apenas un poco sobre su lugar para alzar la mirada al techo, lejos de su latente tentación andante–. Y... si te aburres con tanto tiempo libre, en mi opinión y aunque no te interese, creo que es porque no sabes salir de la rutina. Si supieras divertirte no te pasaría...

Tipo aburrido, pasaba una y otra vez por la cabeza de ella, sin querer salir a la luz. ¡Apostaba cualquier cosa a que no sabía lo que la frase ‘salir a divertirse con amigos’ significaba!

La miradita seria de ella lo observó apenas unos segundos sin decir nada, pero no hizo más bajar la mirada y tomar la galleta con una mano, sin ánimo de aceptarle la invitación tal cual él quería. El tiempo en aquellas circunstancias la hastiaba terriblemente, le hacía creer que esos diez días jamás se cumplirían, porque los ansiaba tanto... y a la vez no. Era también estúpido admitir que ella no quería sólo sexo con él, e igualmente deprimente admitir que quizás no consiguiera más que eso.

-Alan... –llamó sin voltear a verlo, apenas minutos después en los que se dedicó a morder el dulce sin muchas ganas–. ¿Recuerdas... ese beso que aún me debes? –y esperó apenas unos segundos de silencio, tomando aquello por respuesta pero sin sentir tampoco la necesidad de buscar su mirada para confirmar su seguramente nada conforme reacción–. Quiero hacer un trueque, cambiártelo por algo diferente.

Nuevamente en silencio mientras terminaba de comerse la galleta sin comentario de por medio, alzó la vista al fin para verlo y levantó una mano mostrándole únicamente dos dedos. Era consciente de que la posibilidad de que la rechazara estaba, pero no era como si mucho pudiera perder tampoco; estaba siendo muy patética.

-... Quiero que me dejes darte dos abrazos –explicó al fin, esta vez sin desviar la mirada–, pero bien... sin que intentes separarme al instante. Tampoco pienso toquetearte de más ni nada, yo elegiré cuando los quiera.

De nuevo ante el silencio y la carencia de palabras de parte de alguno, la rubia no pudo sino observarlo sin hacer siquiera movimiento alguno. Su ayuda estaba de más en algo tan simple como hacerle jugo, galletas untadas o servir yogurth; de algún modo daba gracias a eso, era un trabajo demasiado sencillo y suficiente para una sola persona, dos ya estorbaban.

-Bien... supongo entonces, que puedes solo con tu desayuno –concluyó separándose de la pared con una sonrisa rendida–. Yo no tengo hambre, así que si me disculpas, iré a ‘hacerle sombra’ a la televisión –comentó luego de acercarse hasta él, sólo para que tras colocar dos dedos en su abdomen –índice y medio–, los hiciera caminar sobre su camisa cual pequeño par de pies en un movimiento tan delicado que a pesar de la sensualidad sólo buscara llamar su atención para robarle un beso quedo de sus labios–. Mi cobro, por no haberme dado los Buenos días –explicó con una juguetona, pero dándose enseguida la vuelta para salir de la cocina directo a la sala para poder acomodarse sobre el sofá a ver televisión.

No iba a aceptarlo, le daba bronca reconocerlo, pero él no terminaba de verla como un estorbo. O más bien, quizás, simplemente no la veía, y desafortunadamente para ella su orgullo era demasiado grande como para ponerse de tapete o estar de rogona, mucho menos ser su sombra, como él decía. La única buena táctica que se le había ocurrido, era huir de su presencia cuando su ánimo estaba a punto de decaer...