Deshago y Enseñanza

Ocupado como estaba ni notó el instante en que la rubia se le acercó desde atrás, colgándosele por el cuello de manera infantil pero cansina, como si el cuerpo le pesara terriblemente de un momento a otro aunque no fuera sino mera actuación del aburrimiento que la acosaba.

-Qué aburrido~... ¿Permiten a los Pets entrar a la escuela? No sé cómo es eso posible si no tengo papeles ni nada... –musitó con desgano, de la nada atrapando la oreja del chico entre sus labios como si fuera una paleta de dulce o algo parecido, sólo por enfadar.

¡Y por sentirlo cerca un instante, para qué mentirse...!

-Aprendo rápido, así que no deberías preocuparte por eso –resopló con ambas manos tras la cabeza, entrecruzadas, mientras le seguía al lado y un par de pasos más atrás mientras avanzaban a la salida–. En todo caso eres tú el que debería aprender a no ser tan cerradito... Es el colmo que ni tocar te dejes, ¿qué te cuesta intentar algo más de contacto si a fin de cuentas te voy a sacar la virginidad al final? –sonrió graciosa, más maliciosa y bromista que nada al intentar ahogar la pequeña risita, aunque de pronto se detuvo en su lugar.

Notó entonces tras mirar tras de sí, a la nerviosa chica que permanecía como piedra intentando pasar desapercibida, y frunció los labios al analizar su cara y hasta la posición de su cuerpo y extremidades, el temblar de sus piernas y manos. ¿Y esa? Se preguntó inevitablemente sin sacarle la mirada de encima, como esperando cruzarse con la de ella a ver si aquello le decía algo. ¿Los había estado observando, quizás...? No, más bien, ¿había estado observando a Alan?...

Todo lo que alcanzó a escucharse fue un quejido sordo a falta de aire, en el momento en que Nao había alcanzado a tomar a aquella chica de la ropa, arrastrándola para atrás de vuelta hasta llegar frente a Alan, aunque ella siguiera observándola fijamente con aquellos ojos miel, con mirada extraña, inquisidora y hasta despreciable. La giró sin quiera pedirle permiso, como si fuera una muñequita de trapo para dejarla frente al pelinegro y que él la viera bien.

-¿La conoces? –le preguntó directamente a él, seria, sin tomar mucha importancia a las posibles quejas de la otra niña de cabellos oscuros–. Dime qué es tuyo para que te estuviera espiando y se escondiera cuando pasaste a su lado.

Quería estrangularla. ¡Quería arrancarle toda la cabellera pelo por pelo! Pero más que nada, por la frustración que le daba su aparente timidez. ¿Es que Alan le gustaba? Y si era así, ¿por qué se escondía? ¡Eso tan cobarde, tan penoso! A su ver, patético.

-¡¿Modales?! –recriminó al acto soltándola con brusquedad sólo para buscar encarar al pelinegro con molestia–. ¿Y los de ella entonces qué son, eh? –acusó señalándola sin siquiera voltear a verla–. ¡Si le gustas cuando menos debería ser para saludarte, pero te espía y se esconde cuando vas a pasar cerca! ¿Qué es eso entonces? Me parece muy descortés –y de la nada, volteó a mirar con seriedad a la chica–... ¿Romy? ¿Cuánto tiempo vas a dejar pasar para declarártele, cuando ande con alguien más y ya sea tarde para que lo sepa? ¿No sería eso peor, sabiendo que nunca pudiste decírselo?

Y se cruzó de brazos, apretando los labios molesta. ¡Competencia, bah! Si iba a tener competencia al menos sería en iguales circunstancias, y no con una niña cobarde que no se atrevía ni a dar la cara, eso sería sólo una victoria denigrante, molesta y patética. ¡Esa niña era patética! Qué bronca le daba.

-Cobarde... –declaró la rubia agarrándolo del pantalón para que no huyera–. Nadie está discutiendo así que no inventes excusas para escapar, al menos quédate a escuchar lo que tiene que decirte antes de irte. Se ve terriblemente mal que hables de mis malos modales pero dejes a la gente con la palabra en la boca, al menos sé un poquito hombre –acusó sin soltarlo, dispuesta a ir tras él si trataba de irse nuevamente a la fuga–. Piénsatela Alan, ¿vas a estudiar relaciones humanas y no eres capaz de escuchar a las personas? Si es así será mejor que vayas pensando en estudiar otra cosa.

Le daban ganas de patearlo a ver si se le acomodaba el cerebro, pero tenía que ser hombre. Y la otra, mejor ni hablaba. ¿Serían todos los humanos tan desesperantes, o es que ella miraba todo diferente por estar configurada de otra manera?

-Sí, ya puedes irte Alan –sonrió tranquila, relajada, como con un peso menos encima aunque su vista permaneciera fija en la muchachita a la que ya había colocado en su propia lista negra, y tan sólo esperó los segundos en los que el muchacho se giró para adelantarse para poder afilar la mirada, casi asesinando a la ojiverde–. Eres invisible, ¿sabes? Si te escondes jamás te verá, ten algo de valor o mejor desaparécete –y como si más grosera no pudiera ser, la sacó la lengua infantilmente antes de darse la vuelta y salir corriendo tras su amo, lejos de aquella niñita que tan cobarde se le hacía.

Había dejado al pelinegro adelantarse lo suficiente para que no alcanzara a escuchar nada, y tras alcanzarlo, únicamente procedió a caminar a su lado con las orejas gachas, como si hubiera sido regañada aunque sólo fuera, nuevamente, una escena más. Sus manitas permanecían entrelazadas frente a ella mientras avanzaban en silencio, sólo unos minutos más hasta que estuvieran lo suficientemente lejos de aquel gimnasio.

-... Oye, ¿me perdonas? –preguntó son suavidad, apenas volteando a verle y tras haberse asegurado de que aquella niñita molesta no les hubiera seguido–... Fue..., tú sabes, celos de mujer. Es realmente obvio ver que tú le gustas..., no me agradó.

Nuevamente, los pasos de la Pet se detuvieron abruptamente, esta vez mientras empuñaba las manos y apretaba fuerte los dientes hasta casi rechinar. No, podría amarlo, pero definitivamente no iba a ser masoquista por él, no se iba a ligar al mismo destino que les deparaba a todos los de su especie, y no se iba a doblegar para ser tratada de ese modo y aún así seguirle como fiel perro faldero. Aparentemente era un error, ella era el error ahí, sus padres habían querido imponerle al niño un juguete que a él no le gustaba, y ella tenía que aguantarlo estando atada a él. Ojalá hubiera sido robot..., al menos así sus sentimientos no se la comerían viva.

-... Duele –susurró apenas para ella, sin siquiera darse cuenta que él ya se hubiera alejado para entonces, y se llevó una mano al pecho masajeándose ahí un poco, como si eso mitigara el dolor interior que le lastimaba, algo que poco y nada funcionaba.

No importaba que él se fuera solo, ella ya conocía el camino a la casa, podría regresar después... si es que él quería recibirla y abrirle la puerta. Ahora no le importaba, quería por primera vez un poco de tiempo para sí misma, para recomponerse y volver a ser ella. Lástima que Alan sólo tuviera tiempo para sí mismo.