Deshago y Enseñanza

-¿Ahora mismo...? –alzó una ceja ligeramente escéptica, con ambas manos cruzadas tras la cabeza, y se apuró a reprimir la sonrisa graciosa para no causar algo que no quería–. Pensé que primero te desquitarías con la pobre pared... –susurró aguantando la mueca que quería formarse por la risa contenida–... ¿O es que quieres desquitarte directamente conmigo?

¡Porque seguro que al inicio le iba a dar con coraje a las primeras pelotas! No le daba mucha seguridad el querer arriesgarse a que fuera a terminar lastimándola por error, lo mejor sería quizás, que primero se relajara un poco, sacara la adrenalina desde el comienzo y luego pudieran divertirse sanamente, como debía ser.

La manita delgada de la rubia se posó sobre el brazo del pelinegro en el momento en que ella detuvo su andar, de paso deteniéndolo a él también y buscando llamar su atención para que volteara a verla. Parecía atenta, con aquella sonrisita discreta que claramente decía que algo en todo eso le había gustado.

-¿Aceptas? –le preguntó de modo que sólo él le escuchara, pues en ningún momento volteó a ver tras ellos–. No suena mal, ¿no? De paso sería más fácil que me enseñaras a jugar..., con un poco de apoyo para no dejarme sola en mi primera... –insinuó casi sin darse cuenta, desviando ligeramente la vista con la clara intención de estamparle una pelota en la cara a aquel muchacho en la primera oportunidad.

La mirada miel, si bien al inicio los observó con curiosidad, más tarde fue sólo con ingenuidad antes de posarse sobre Alan, frunciendo los labios en lo que ahogaba el pucherito. Él la estaba subestimando, seguramente, pues casi estaba segura que ni siquiera se había molestado en analizar en la Web las diferentes habilidades con las que se veía poseído individualmente cada modelo de Pet, y si había algo en lo que los kitsune se distinguían de otros, era en su envidiable velocidad, agilidad, habilidad y acertada precisión.

-... Eres tan antisocial –masculló casi con mal humor, pero negó para olvidarlo rápidamente–. Bueno entonces, enséñame sólo tú maestro –invitó instantes antes de caer en cuenta, sólo para voltear hacia el castaño–. Ah, y soy Naomi, un gusto Thom –saludó antes de voltear rápidamente hacia su respectivo amo–. Ahora sí, ¿vamos?

-Eso me gusta más –animó tras girar sobre sus dedos la raqueta cual bastón de porrista, atrapándola seguidamente del mango con soltura–. Listo, ya me acostumbré al peso –le sonrió a Alan, apurándose a tomarle por los hombros sólo para darle un ligero empujoncito y sacarlo el campo de juego, regresando con igual velocidad hasta su lugar sólo pasa sostener la raqueta un instante entre sus pies en lo que sacaba una liga para sujetarse en cabello largo y ponerse en posición–. ¡Lista!

Bastaba con los escasos minutos en los que había alcanzado a verlos jugar a ella con el muchacho castaño para hacerse una idea de cómo iba aquello. No se veía difícil, era sólo cosa de agilidad y coordinación, no perder de vista la pelota y evitar hacer abuso del juego cruzado para no ser predecible.

La velocidad de respuesta y reacción fue ligeramente más rápido que su cabeza al momento en que la pelilargo corrió para regresar el golpe, logrando eficazmente un rebote que aunque no perfecto, resultó bueno tras lograr atravesar la red, y aquello fue suficiente para la kitsune sonriera. No era lo mismo verlo que hacerlo, pero al menos tenía tiempo para calentar de aquella manera. Era en parte obvio, al menos al inicio, la diferencia que había entre el juego de la pelirroja y el de la rubia, algo que Nao sólo le acreditaba a la experiencia en el juego puesto que, apenas pasados unos minutos, fue sorprendente ver lo equitativo que se iba volviendo, como si la habilidad en el juego fuera algo que sólo necesitara probar para mejorar y perfeccionar con increíble rapidez y facilidad.

Los golpes eran certeros por ambas partes, firmes y sin signo de duda, algo sorprendente para quien jamás había tenido el tiempo suficiente para aprender algo como el juego de pies y las técnicas para conseguir el balance y equilibrio perfecto que ya se sabía la pelirroja gracias a la experiencia con su propio amo. Pero Naomi lo hacía, probando combinaciones con drives o drop shots casi inconscientemente mientras el ir y venir de la pelota de un lado a otro de la cancha continuaba, divertida, entretenida, pero decidida a encontrarle el punto débil a su rival, algo que se vio cuando intentó sacarle de balance tras un juego cruzado y un golpe a la pelota con slice. Los minutos parecían ser suficiente para hacerla mejorar de una forma inhumana, tras que aún como jugadora primeriza no perdiera ni un segundo en observar la pelota y analizar a su oponente, acomodándose al juego y encontrando las maneras de ir mejorando su técnica.

Observar y memorizar era una cosa, pero observar y ponerlo en práctica hacía que las habilidades de la Pet parecieran perfeccionarse con suma rapidez, quizás en parte por su agilidad y propia habilidad innata.

Fue una completa sorpresa el que la kitsune pareciera casi haberle leído los pensamientos, aunque más bien hubiera estado leyendo los movimientos precisos del muchacho para saber lo que pretendía, no perdiendo el tiempo cuando embistió contra la pelota, ni dándole oportunidad a que rebotara cuando la golpeó haciendo un rápido smash, y provocando que el remate limpio pasara fugaz junto al rostro del muchacho que ni se la vio venir, menos alcanzó a reaccionar a tiempo cuando la pelota fue a dar lejos, rebotando contra la maya que rodeaba la cancha, olvidada en el piso.

-Ay... –susurró la rubia de pronto al ver aquello, estática, pues no se había esperado que aquello terminara tan rápido, y sonrió nerviosa hacia su amo–. ¿Upps?...

-Es divertido –afirmó balanceando la raqueta hacia enfrente y atrás, jugando con ella distraídamente y con cierto grado de inocencia fingida que resultaba bastante convincente–. Sólo si quieres jugar conmigo, si prefieres practicar solo entonces prefiero únicamente verte –comentó con tono de ligero desinterés, aunque él tuviera su absoluta atención a cada instante.

Estaba sufriendo interiormente de la pura envidia que le nacía. Por poco y había fallado en devolverle el saque a Alan, y todo por andar de embobada mirando como ese muchacho Thom mimaba tanto a propia Pet. ¿Es que era la única desafortunada a la que le tocaba batallar tanto con su propio amo...? ¡Ni tocar se dejaba! Y de nuevo miraba de reojo a la otra pareja jugar, envidiosa por el tipo de relación que ellos mantenían, y de la que se sintió tan alejada cuando regresó a ver al pelinegro frente a sí.

Vaya hombre complicado...

-¿Siempre entrenas solo...? –preguntó la rubia a su lado mirando por igual las muñecas del muchacho, con la esponjosa colita ondeándose con lentitud tras ella; casi podía estar segura que la respuesta a aquello sería sí–. ¿Hasta qué grado llega la línea que pintas con el resto de la gente? –preguntó curiosa y sin darse cuenta, dándose cuenta demasiado tarde de lo que había dicho como para arrepentirse.

Estaba sorprendida, la verdad, de notar que él no tenía ni la más mínima intención de relacionarse con nadie, al grado de parecer que realmente no necesitaba de nadie más que sí mismo para vivir. ¿Sería realmente así? No podía imaginarse un estilo de vida más solitario que aquel...

Los ojitos miel de la rubia, brillantes cual pequeña ilusionada se prendaron de la figura del muchacho, maravillada, cosa que poco duró antes de resistirse a finalmente prendarse de él, rodeando su cintura cual hermanita cariñosa que abraza a su hermano mayor con posesividad.

-¡Cómo me gustas...! –ahogó por lo bajo sólo para él–. Tienes tu ladito tierno..., escondidito, pero lo tienes, ¡y es tan lindo...! –afirmó de lo más feliz, con la colita tras de sí ondeando con mucho más ánimo, pero se separó con igual rapidez, ahorrándose el que él fuera a hacerlo primero–. Quiero hacerlo –aseguró con convicción y firmeza, observándole a los ojos–. Siempre que necesites ayuda para algún torneo, me gustaría ayudarte a entrenar de cualquier forma posible, ¿me dejarías?

-Espera... ¿Quieres decir que absolutamente todos los días vienes a entrenar? –preguntó ahora sí verdaderamente sorprendida, casi incrédula–. No creo, es decir... ¿No te tomas días de descanso a la semana ni nada? ¿No es eso sobre exigirse? ¿No te cansas nunca? ¿Tu cuerpo aguanta tanto? ¿Te la pasas tomando electrolitos para no desfallecer? ¿Cómo es que haces tanto ejercicio y no te permites pasarte un poco de calorías? ¡Y Dios, ¿es por eso que estás tan... tan... tan como quieres?! –preguntó a la carrera apenas pasando saliva con dificultad, aunque al final ni se hubiera resistido a darle una rápida miradita de arriba abajo.

¡Y ella que no quería espantarlo! Pero es que estaba tan de ensueño... Pero fingió demencia para no hacerlo sentir incómodo, y le sacó el tapón a la botella para poder quitarle la protección de seguridad y más tarde volver a meterle el taponcito para beberle, extrañada de la cosa que parecía jugo pero no sabía como tal.

-Ningún humano al menos –sonrió ella como si nada, sin molestarse o minimizarse por ello–. Y dado que aún no conozco mis propios límites, me gustaría ponerlos a prueba para ver qué tan bien puedo seguirte el ritmo, sería interesante –aseguró observando unos instantes la palma de su mano derecha mientras abría y cerraba el puño con lentitud y ligera curiosidad, intrigada.

¡Se sentía tan raro! Como si miles de hormiguitas corrieran por sobre la palma de su mano y muñeca, pero logrando al mismo tiempo con aquella sensación que perdiera cierta sensibilidad en las zonas afectadas; era tan divertido y contradictorio a la vez. ¿Sería eso normal...?

Ya lejos no fue capaz de escuchar el resoplido frustrado de la kitsune que subió los pies a la banca, dejándose recargar contra la maya ciclónica tras de sí con aburrición. Él era definitivamente tan serio, lejano, independiente... ¿Necesitaría realmente ayuda en algo, o su función no pasaría jamás de ser un simple apoyo, un chicle molesto?

-Tsk... –soltó enfadada, desviando la mirada, aunque en realidad buscara silenciosamente a ver si conseguía ver una vez más a la otra parejita que se denotaba tan cercana, esa que tanta envidia le daba.

¿Sería eso masoquismo, o sólo demasiada perseverancia? Nadie le aseguraba que consiguiera algo en el futuro si seguía así, y sin embargo en ocasiones parecía olvidársele con tanta facilidad con tan sólo tenerlo cerca..., como si nada más importara. ¿Todos los Pets habrían sido diseñados para funcionar igual, dependientes de su amo en todo momento...? Qué porquería...