Soledad, Paz

Para cuando el quedo canto nocturno de los grillos era todo lo que amenizaba el tortuoso silencio de la oscuridad, lo pacitos lentos y casi arrastrados de cierta rubia llegarían hasta el frente de la casa, suspirando con pesadez y frío gracias al aire fresco que comenzaba a soplar, y aún así, no hizo más que sentarse sobre las escaleritas de la entrada una vez logró cruzar la reja sin causar ruido alguno que la delatara. No tenía ganas de que él supiera que andaba cerca, o peor, que creyera que era un ladrón y se le ocurriera llamar a la policía. Ahora descubría que no había nada peor que llegar a una casa donde, ni era bien recibida, ni mucho menos la extrañaban o necesitaban; se sentía tan ajena a ese lugar..., como si estuviera en cualquier otra casa de aquel barrio, sin nada de especial, igual de fría que las demás.

Con las rodillas flexionadas contra el pecho, abrazadas contra sí para conservar algo de calor, observó el extenso cielo apenas estrellado, con la luna tan grande y brillante. Eso sí tranquilizaba, se dijo al momento de cerrar los ojos y volver a suspirar. Tenía hambre también... Solamente había desayunado en aquel día y ya seguramente había pasado la hora de cenar, pero poco le importaba quedarse sin comer en aquel momento, además del dolor de cabeza, todo lo demás era aguantable. ¿Pero sería realmente ella el error en ese cuadro? ¿Valdría el arriesgarse al todo o nada con el paso de los días llenos de indiferencia? ¿O era mejor, ser devuelta a la Pet Shop aunque su memoria no pudiera ser borrada...? Al menos seguramente esta vez le tocaría un amo que sí la quisiera consigo...

-... Me vendría bien un poco de ayuda... –susurró quedito a la nada, alzando una vez más la mirada hacia la luna–. Cualquier tipo de señal..., sólo para saber si esto vale la pena...

Contó mentalmente con lentitud y paciencia, pero apenas llegado al diez no pudo sino sentirte tonta con aquello. ¿A quién se supone que le estaba hablando? Quizás comenzaba a volverse loca; sí, quizás. El dolor de cabeza estaba afectándole, y el frío... y el hambre... Bah, negó rápidamente, haciendo un mohín que poco le duró cuando tuvo que apretar los labios, y de la nada, dejar salir el pequeño pero gracioso estornudo que hasta a ella misma espantó. ¡Genial, ahora su cuerpo ya no servía tampoco! Estaba defectuosa, quizás era esa la razón por la que no lograba nada bueno, concluyó tras hundir el rostro entre sus brazos, sobre sus piernas.

Qué bien le caería una manta o un abrigo en ese instante...

-No tengo prisa –mintió tras volver a voltearse para no verlo, fastidiada por el tono de voz con que se había molestado en recibirle–. Si vas a salir aquí espero..., minutos más o minutos menos de congelarme no harán diferencia... –susurró a lo último con tono indescifrable.

Estaba frustrada, molesta por la tardanza de la dichosa señal que tanto anhelaba llegara aunque ésta estando en sus narices ni siquiera fuera notada. Y aunque alguien le asegurara que a futuro lograría un cambio en él y su indiferente manera de ser, ¿cuánto tendría que esperar porque sucediera? Moriría antes, seguro.

-¡Sí Nao, yo también te extrañé! –se quejó soltándose de golpe sin tolerar que la zangoloteara cual trapo sucio, y se colocó de pie firmemente en su lugar, ya sobre el marco de la puerta donde lo acusó con la pura mirada–. Por favor no seas hipócrita, vaya favor que me haces, bien que si no hubiera regresado serías feliz... –renegó, pero al instante se arrepintió y dejó escapar el aire de su cuerpo–. Olvídalo, mejor voy a bañarme, mi cabeza lo necesita –y giró para subir las escaleras a toda prisa antes de que tuviera que escucharle decir un nuevo comentario hiriente o desinteresado.

No andaba con ganas de discutir, y por lo que había visto él tampoco aguantaba las discusiones, así que les hacía un favor a ambos antes de que fuera a echarla de vuelta a la calle de una sola patada. No estaba loca tampoco como para quedarse fuera toda la noche y luego resfriarse, porque entonces sí quién sabe qué le pasaría a su cuerpo. Seguramente colapsaría, y no sería bonito.

Los pies tan sigilosos de la que sería su compañera de hogar no tardaron en bajar silenciosamente las escaleras apenas minutos después, sin hacer ruido alguno como si su cuerpo no pesara nada en realidad, esta vez vestida con un diminuto short y una playera de manga larga que parecía quedarle ligeramente holgada gracias a su estructura menudita, pero que le cubría lo suficiente. Su cabello parecía ya casi totalmente seco, suelto tras su espalda con algunos mechones rodeando su rostro fino, serio.

Con curiosidad se escabulló hasta el marco de la cocina, sólo para observar al pelinegro y tratar de adivinar su humor, pero apenas recordó que él era lo suficientemente indiferente con ella como para ni inmutarse por lo que ella le dijera, procedió a dar por enterado su presencia ahí.

-Estaba pensando... –comentó no demasiado alto, sólo lo suficiente para que él pudiera escucharle, y cruzó las manos tras su espalda recargándose de lado contra el umbral de la puerta–, que quiero un mes –sonrió un poco, apenas–. Dame un mes para convencerte, y si no lo logro en ese tiempo podrás decírmelo y me iré a cualquier otro lado para dejarte continuar tu vida libre de mí. No tendrías que decirles nada a tus padres, sólo que escapé.

Con sutileza y el cuidado suficiente para no lastimarle o que éste fuera a asustarse, un solo dedito de la rubia se posó bajo la barbilla del muchacho, haciéndole alzar la mirada para chocarla con la de ella frente a él, parecía seria, pero no molesta ni frustrada, quizás únicamente lo que aquella mirada miel quería transmitir era su propia decisión a sacarle algo más que no fueran palabras cargadas de su usual desinterés.

-... Quiero saber lo que tú quieres –afirmó con lentitud y paciencia–. Quiero saber, si verdaderamente te da igual mi presencia aquí, o soy lo suficientemente molesta para que no quieras ni verme. Quiero que me digas lo que realmente piensas y sientes, no lo que crees que es mejor o más apropiado –arrugó el ceño–. Y sé franco, o te acosaré hasta que logre sacarte la verdad.

-Exagerado, no te estoy poniendo un arma en la cabeza –sonrió de medio lado, cruzando las manos tras su espalda–. Sólo quizás, un día deberías ponerte a analizarte a ti mismo, pareces un verdadero soldadito con esa manera de ser..., hasta pareciera que jamás has salido a improvisar un día de educativo y practico ocio –musitó en tono burlón tras alzar el mentón y cerrar los ojos, apenas segundos después olfateando el aire mientras recorría la cocina con la mirada como buscando distinguir un olor en particular–. Ah, y yo que tú revisaría la pasta, no se te vaya a pasar...

Chico practico, frío, indiferente, aparentemente desinteresado por cualquier cosa que no tuviera que ver con él o no lo afectara; mh, iba a ser un lío lidiar con eso, pero tenía esperanzas de arreglárselas de un modo u otro. Ese inmutable cascarón debería tener alguna minúscula ruptura por algún lado, y ella la encontraría.

-No puede ser tan difícil, ¿no? –inquirió curiosa buscando observar lo que hacía desde su lugar, con sus orejitas moviéndose graciosamente por igual–... Es decir, yo jamás había cocinado nada y ésta mañana lo hice sin problemas. Tengo registrada algo de teoría en mi memoria, pero muy poca practica –admitió sin pudor alguno, ni molestándose en tomar en cuenta el pequeñísimo detalle de haber sido diseñada para la perfección mediante la practica–. Ñiam~ –balbuceó cual gatito girando sobre sí misma para darle la espalda al muchacho distraídamente, ondeando tras de sí su colita traviesa–. Y sólo por si me pusiste atención..., sirve algo nuevo para que intentes salir de la rutina. Es cosa de probar, siempre puedes volver a lo mismo si no te gusta.

-¡Pero Alan~! –alargó haciendo un pucherito, de pronto viéndolo mientras intentaba no hinchar las mejillas y estrujaba su playera entre sus manos–. ¿Qué no sabes que el que no arriesga no gana? ¿Cómo puedes saber si hay algo mejor o que te guste más de lo que ya conoces si no lo intentas? –refunfuñó infantilmente, y de la nada pareció recomponerse ante una nueva idea, parando ambas orejitas con asombro y entusiasmo–. Es como si yo te digo ahora mismo que no quiero ir a la escuela porque me gusta tal como estoy, a pesar de que tomar clases pueda instruirme de una manera completamente nueva, es algo totalmente diferente que no sé si me gustará..., pero no por eso me voy a privar de una experiencia que quizás me agrade, ¿no?

Es que era tan testarudo, se repetía ella tras fruncir los labios, apretarlos y refunfuñar una y otra vez mentalmente. Alan simplemente se enclaustraba en el mundo que ya conocía y se negaba a conocer lo demás, como un ave encerrada dentro de su propia jaula negándose a conocer el exterior por miedo a lo que pudiera encontrar. ¡Eso era tan aburrido...! De pronto el que Alan fuera virgen parecía tener una coherencia extraordinaria con todas las señas anteriores, conformando un estereotipo de persona que jamás se hubiera imaginado pudiera existir; pero lo tenía, ahí frente a ella.

-... Eres peor que un niño dentro de su propia burbuja –susurró casi inaudible ni con intenciones de ser escuchada, más como para sí misma.

-... Tengo tiempo para pensarlo, veré –suspiró ya cansada de discutirle, aunque más cansada física y mentalmente por aquel extraño día, y sin más lo siguió silenciosamente sólo para observarlo acomodar todo solito sobre la mesa, algo ida en cada una de las acciones y movimientos del muchacho–... ¿Y, llegó a haber algún momento en tu vida donde no estuvieras conforme con algo? –pero sonrió quedo, irónica–. Obviando tu regalito de éste último cumpleaños, por supuesto.

¡La iba a tirar un plato por la cabeza si le llegaba a decir que no, su vida no podía ser tan perfecta como él la quería hacer ver! Nada era perfecto, eso era un hecho comprobado.

-Eso es ser positivo, me gusta cómo suena –asintió ella repetidas veces con la cabeza cual niña pequeña, aunque el pequeño gruñidito estomacal le hiciera más tarde bajar las orejas sin previo aviso, apenada como dejaba ver el casi imperceptible sonrosado sobre sus mejillas, y se sujetó apenas la ropa por sobre la altura de su estomago antes de buscar sentarse obedientemente a la mesa, más tarde juntando sus manos palma con palma frente a su pecho–... Gracias por la comida –musitó quedito.

Pero hasta ahí llegó, aunque su cuerpo demandara por comida, observaba fijamente al pelinegro sentado también a la mesa, como esperando por verlo comer. Y no, se repetía, no es que desconfiara de su comida y esperara por ver si no se intoxicaba solo, solamente... bueno, luego encontraría una buena y creíble excusa con la cual mentirse a sí misma.

Con el paso lento de los minutos fue ciertamente inevitable que en algún punto la rubia mascota prestara un poco de atención a la televisión por igual, distrayéndose lo necesario para no encontrar de vital importancia el tener que hablar mientras ambos comían, y es que... aunque fuera cierto que seguramente Alan entendía muchísimo más las cosas de las que hablaban en ese programa, aún así le parecía increíblemente interesante. Competencia de intelectos, era sorprendente lo cultas que podían resultar algunas personas.

Pasada ya la media hora en la que incluso el programa finalizó para dar paso a las noticias del día, la kitsune aprovechó para levantarse de su lugar, acomodando la silla en su sitio y recogiendo los trastes con cuidado para apilar un plato sobre otro.

-... Yo lavo –explicó, aunque no hiciera falta, y el chico apenas sintió el breve y pequeño beso en la mejilla que le llegó instantes antes de que la chica se diera la vuelta de camino a la cocina para poder lavar todos los trastos sucios, incluidos en los que hubiera estado la comida congelada.

Tras quedar la planta baja completamente limpia y arreglada como debía ser, prosiguió a quedar igualmente deshabitada tras que la chica rubia subiera las escaleras en busca del pelinegro, sólo para ver qué era lo que hacía. Ella también estaba cansada, algo baja de ánimo sólo debido al tintineo constante sobre su cabeza que le hacía doler, al fresco sobre su piel que por primera vez, le hacía desear algo de calor cerca para entibiarse.

-Alan... –llamó quedo apenas se paró sobre el umbral de la puerta, en tono bajo, aunque perfectamente audible gracias al silencio–... Sé que lo de ayer no fue por voluntad propia pero..., ¿me dejarías dormir contigo de nuevo...? –le miró unos segundos, aunque rápido saltó–. ¡Ah, pero no te asustes, no en tu misma cama! Si quieres dormiré en el suelo, sólo mientras esté en la misma habitación que tú... No quiero sentirme sola durante la noche –susurró.

“... Es frío”, se dijo para sus adentros, algo que ya no quiso aclararle a él, pues dudaba que le comprendiera si quiera un poco. Si él estaba tan acostumbrado a estar solo, no lo creía capaz de comprender el vacío y la desolación que ella podía llegar a sentir cuando se quedaba sola, como aquella tarde mientras vagaba sin rumbo por la ciudad... No le había gustado, no quería volver a sentirlo.