Vuelta del Super

La rubia rodó los ojos con una media sonrisa cargada de esa gracia contenida que quería desbordarse, y tomó las llaves sin decir absolutamente nada, sólo negando con la cabeza para darle a entender que tan ignorante no era, tras lo que le regresó la cartera y se encaminó directo a la casa para poder abrir cada cerrojo con la llave correcta.

Nuevamente y a partir de ahí fue puro mutismo mientras el chofer le ayudaba al pelinegro a bajar las bolsas para que la pet que minutos más tarde regresaría, fuera ayudando a meterlas al hogar, dejándolas sólo sobre la mesa de la cocina para poder acomodar todo en su debido lugar después. Una rápida organización sin necesidad de palabras que les llevó a hacer el trabajo en menos de cinco minutos, como si fuera un trabajo de todos los días aunque, curiosamente, ese fuera el primero para la rubia.

El taxi arrancó al final, luego de que la chica fuera directo a meter la última bolsa a la casa y Alan se quedara para pagarle al taxista, no obstante, apenas entró a la casa y cerró tras de sí no tuvo tiempo de voltearse o reaccionar que se vio aprisionado de espaldas contra la puerta de madera, con la penetrante y juguetona mirada puesta directamente sobre su rostro y la ondeante colita esponjosa que nada más despedía aire de travesura al moverse de aquella manera.

-... Te dejé en plena libertad ya bastantes horas... –susurró con voz suavecita, casi baja y sugerente aunque fuera meramente inconsciente–, si te pido poder abrazarte ahora..., ¿me dirás que no...? Sabes que entre más me niegues más recargos me cobraré después...

-¡Eres un cobarde! –acusó graciosa cuando le brincó encima para atraparlo entre sus brazos por la cintura con una sonrisita meramente gatuna–. ¿Qué te cuesta esforzarte un poquito por aguantarlo si sabes que de todas maneras terminarás acostumbrándote, eh? Resistiéndote no lograrás más que alargar tu propia incomodidad... –afiló la mirada, divertida, y reafianzó el agarre dándole a entender que no le soltaría fácil–... Me pregunto qué dirían tus padres si te vieran huyendo así de una chica...

¡Eso sería tan gracioso!

-¿Y no es puro capricho también el querer alejarme sólo porque te incomoda el contacto...? –repuso ella sin ceder ni un poco, y en lugar de eso lo empujó de modo de llevarlo hasta la sala a tan sólo unos pasos y tirarlo a lo largo sofá con ella encima, sobre su cuerpo pero sin hacer contacto, donde le fuera más difícil huir–. Yo todavía no comprendo cómo alguien a quien recién la noche anterior le dejé recostarse sobre mi pecho ahora se sienta incómodo porque lo toque... ¿A ti te suena razonable? –le preguntó con la más fingidas de las inocencias, aunque su rostro bajó sólo unos centímetros sobre el de él sin hacer el más mínimo contacto para no asustarlo.

Aunque por alguna razón, sospechaba que ya habría de estar bastante asustado en aquella situación..., y con la posición también.

Tanto las piernas como los brazos de la chica se vieron nuevamente flexionados, a los lados del muchacho para impedir que pudiera escapar de cualquier modo que no fuera quitándola de encima mientras ella reducía la distancia entre ambos cuerpos, aunque no fuera más que por impedir que él se zafara tan fácilmente de ella. Se volvía rápidamente un capricho el no querer dejarlo ir hasta que se sintiera medianamente satisfecha; quizás eso para él fuera un peligro, a ella poco le importaba.

-No, no –negó lentamente y con tranquilidad en un liviano movimiento de cabeza–. Yo no soy tu pet, ¿recuerdas? Tú dijiste que debíamos olvidarlo, y eso hago... –sonrió un poco más, ventajosa de su situación–. Aunque es cierto que hoy día hay muchas cosas raras... Por ejemplo, un niño que no tolera el contacto de nadie que no sean sus padres... Esa sí es una desconfianza algo extrema, ¿no te parece?...

-¿Molesto...? –susurró la fina criatura con fingida sorpresa, quizás demasiado cerca de sus labios y sin inmutarse como para querer separarse ni un centímetro de él–... ¿Por qué es que no toleras mi cercanía...? No te estoy haciendo nada..., ni siquiera te estoy tocando... –afirmó sonriendo internamente, pues aunque la distancia entre ambos era casi imperceptible, la había, y él era el único que estaba ejerciendo un contacto sólido sobre ella.

Pero su pomposa colita casi siempre en movimiento estaba quieta, sus orejas estaban bajas, y la mirada miel indescriptible, como de quien se ha quedado observando a la nada aunque ella sólo lo mirara a él, su rostro inmutable tan sólo adornado por una breve sonrisa de medio labio dejaba imposible el acceso a sus pensamientos y posibles intenciones.

-¿Será... que todavía hay algo que temes que descubra de ti...? –insinuó atenta a cualquiera de sus reacciones, aunque inamovible de su lugar–. ¿Qué esconde tu cuerpo que se pone tan sensible a cualquier mínimo roce...?

-Qué quejoso eres –concluyó cuando se separó para poder sentarse, acto que lo obligó a terminar de caer boca abajo contra el sofá cuando ella quedó sentada justo sobre sus caderas, y ahí se llevó sólo un par de segundos pensando tranquilamente antes de reclinarse sobre él, ahora sí apegando su pecho contra la espalda de él cuando posicionó sus manos sobre los hombros del muchacho para poder acercarse a su oído–. Bueno... hagamos esto; si me das una excusa convincente por el que mi cercanía y mi contacto te molesten..., te dejo ir sin más, ¿sí? –y afiló la mirada con un tinte quizás para él demasiado escalofriante de travesura y acecho–... De otra manera..., esperaré hasta una noche de estas para darte la sorpresa de tu vida...

-Ay mi vida, qué tierno eres –sonrió divertida aguantándose la risita–. Es realmente lindo descubrir que tienes una resistencia tan pobre... –insinuó bien adrede apoyando los labios en el cuello del chico, y apenas dejó que el beso húmedo hiciera su trabajo sobre aquella piel tan hipersensible de él, se levantó de sobre su cuerpo para dejarlo tirado en el sofá, sólo pasándole una mano por los oscuros cabellos revueltos–. Ah, y nunca dije que no te creyera.

Mas, tras la simpática e inocente confesión, simplemente se sonrió para sus adentros antes de irse directamente a la cocina, buscando la leche y embutidos que serían los primeros que guardaría en el refrigerador, lo demás como eran las frutas y los enlatados podría acomodarlo hasta el final con mucha más calma.

Los minutos que le siguieron de completo silencio para sus oídos taponados, alejados de la realidad, ni siquiera le ayudaron a percibir el momento exacto en que aquella rubia de figura delgadita pero fina se posó a su lado, entretenida con doblar con cuidado una de las tantas bolsas de plástico del supermercado que ahora estaban todas vacías, con cuidado hasta hacer un pequeño triangulito con ella, compacto y práctico para guardarse. Había terminado de acomodar todo en sus lugares correspondientes mientras él hablaba por teléfono, y gracias a ello, ahora tenía muy bien conocido dónde estaba guardada cada cosa dentro de la cocina.

-¿Y...? –susurró como al aire, guardándose el triangulito en el bolsillo de la sudadera para sacar otra bolsa y alisarla para empezar a doblarla también–. ¿Te dijo algo nuevo? Personalmente no puedo creer que todavía pienses que sólo pienso en sexo...

Sí, le gustaba molestarlo y acosarlo, pero en su mayoría era sólo porque le gustaba la particular manera con la que él reaccionaba, y no porque realmente le gustara joderlo; por eso, aunque él ni lo notara, ella era muy sigilosa para tantear su estado de ánimo antes de hacer o decir cualquier cosa indebida.

Aquel par de simpáticas orejitas sobre la cabeza rubia se movieron a la par con mera curiosidad, antes de descender con incomodidad, y tras una mueca de disgusto la kitsune se regresó hasta la cocina para terminar de doblar la última bolsa, abriendo un cajón donde más tarde guardaría todos los triangulitos de plástico muy bien doblados. De ahí, tomó un pequeño paquetito que se había encontrado en uno de los cajones, y tomó las bolsas de ropa que se habían quedado en el suelo tras la mesa para llevárselas directamente al cuarto que sabía pertenecía a los padres de Alan.

Observó la sudadera y la falda sobre la cama una vez se las sacó de encima, debatiéndose si debía echarlas o no al cesto de ropa sucia, pues sólo se las había puesto por un par de horas durante la mañana... Al final negó un poco, y terminó doblando ambas prendas para dejarlas a un lado para poder vestirse como debía. Tras encontrar la falda-short color negro fue lo primero que se colocó, dejando que la prenda de tela estirable se ajustara perfectamente a sus caderas delineando su figura, lo mismo que sucedería con la camiseta blanca manga corta con detalles en negro que se pondría después, de apariencia juvenil pero no informal gracias al cuellito que poseía y a los escasos dos botones que tenía en el pecho para poder abrir un poco la prenda.

Suspiró.

Quería jugar con Alan, no cansarlo o enfadarlo. Ese era el pensamiento que la llevó a tocar sus nudillos contra la puerta abierta de la habitación del chico apenas terminó de vestirse, sólo para buscar corroborar cómo seguía.

-¿Se puede...? –preguntó quedo, con una seriedad que resultaba extraña en ella.

-Nee... –llamó recorriendo silenciosamente todo aquello con la mirada, apenas adentrándose un poco a la habitación sin buscar interrumpir en nada, pero calló.

Volvió a dejar vagar su mirada de pronto con la mente en blanco, y se preguntó si estaba bien presionarlo, y qué tan perjudicial podría ser para ambos si insistía de más. Estaba aprovechándose mal de él sólo porque se sabía con él poder de hacerlo sin que él pudiera hacer mucho por defenderse; era un niño, se repetía. Un niño en el cuerpo de un adolescente que todavía ni terminaba de desarrollarse..., y ahí se mordió la lengua antes de pensar algo peligroso para su propia salud mental.

-Quería decirte... –susurró con la mirada distraída, dejando a la yema de sus dedos deslizarse unos centímetros por el acolchado claro de la cama; suspiró–. Bueno, sé que bien no te caigo, pero... independientemente de lo que puedas sentir hacia mí, yo estoy aquí para ti –alzó la mirada para verle, tranquila y sincera, algo extraño en ella–. Si algún día o en algún momento necesitas alguien con quién hablar, de cualquier cosa, aquí estoy –sonrió un poco, sin querer irónica, pues dudaba que él fuera a tomarla muy enserio, y se volteó de regreso a la puerta dispuesta a bajar a la cocina si es que él no quería decir nada más–. Eso era todo.

Naomi no tuvo mejor idea que encogerse de hombros y negar un poco, antes de bajar a la cocina para dejarlo unos minutos solo. Era gracioso cómo él podía quejarse y decir que ella tenía una mente cerrada cuando él estaba igual, o peor que ella. La tenía encasillada en un papel del que quizás, muy probablemente, jamás la sacaría, porque no importaba que le dijera que tenía que superarse como pet, él jamás la vería de otra manera que no fuera la que él quería.

-... Cabeza dura... –se quejó bajito, sentada sobre la mesa con un platito donde iban cayendo los pedacitos de cascara de la naranja que estaba pelando mientras esperaba por él, hasta que partió un gajito para echárselo a la boca de pura gula y antojo.

Lo peor es que seguramente luego de aquello Alan buscaría encerrarse bajo llave en su cuarto durante la noche, ¡qué frustración!

Con plena tranquilidad la rubia se levantó de su lugar, llevándose consigo el platito con cascaras a la cocina para tirar la basura y más tarde lavarse las manos. Estaba con la mente quizás demasiado en blanco, pero no se esforzaría por cambiarlo porque, en el fondo, sabía que de algún modo era mejor y más fácil aguantar sus impulsos de aquel modo, restándole atención al tema principal de todo su interés.

Llegaría sin embargo más tarde a su lado, sin mirarle siquiera un instante a los ojos, pero tomándole una mano para dejarla palma arriba y colocar ahí la servilleta sobre la que había dejado los cuatro gajitos de naranja que le había guardado... sólo por si quería, también sería perfectamente normal que él quisiera rechazar todo lo que provenía de ella. Era otra razón para mantener la mente en blanco, en caso de cualquier cosa.