Primer día en la ciudad

Los minutos transcurrieron en completo silencio, como si él hubiera conseguido su propósito de hacerla pensar un poco, o como si en realidad, nunca hubiera puesto atención a lo que le decía. Tras ir caminando entre pequeños pasitos divertidos que más parecían brinquitos de niña pequeña, con ambas manos cruzadas tras la espalda, sonrió apurándose a girar nuevamente sobre sí misma con diversión, tomándole a él una mano desprevenidamente para poder estrecharla. No iba buscar atosigarlo, o al menos no demasiado, que si fuera por ella hace rato la tendría como garrapata a su brazo.

-A mi también me gusta cómo eres –concedió con ánimo, caminando como si nada sucediera, y quizás para ella aquello no fuera en realidad nada fuera de lo normal–, y es genial que quieras y te guste ser diferente, sólo creo que acostumbrarte a al menos un mínimo contacto sería bueno. Y sí ya sé –hinchó las mejillas–, soy muy acosadora contigo, y lo siento... pero es mi manera de ser, y tú realmente me encantas...

Los pasos de la rubia se detuvieron con suavidad, sosteniendo la mano del chico que no le quedó más que voltear cuando sintió el leve tirón que buscaba llamar su atención, y ahí fue donde ella alzó una ceja mirándole con sincera incredulidad. No estaba hablando, ¿o sí...?

-A ver..., espera un segundo –negó un poco con la cabeza, como despejándose un poco antes de volver a parpadear curiosa y mirarle con detenimiento–... ¿Tú en serio crees que yo nací ayer? Porque te aviso que el que me descubrieras los ojos no quiere decir que me dieras la vida en ese momento, sólo que aceptaste ser mi amo...

-¿Del mundo...? –repitió incómoda, como no queriendo aceptar que desde ése punto de vista, él tenía razón; todo lo que ella sabía, era pura teoría–... No... Yo sólo..., me comporto según me sienta, no me he puesto a preguntarme si está bien o mal, o cómo lo verán otros, sólo sé que intento ser tan yo como pueda..., y dado que me gusta estar cerca de ti pues...

¿Acaso estaría actuando mal, según las reglas no escritas que tenían los humanos normales? Nunca le había preocupado el tema, porque al fin y al cabo ella no era una humana completamente, y poco le interesaba si esa era o no excusa suficiente. Ella era ella, nada más, lo que vieran los demás de ella, sería la pura verdad sin fachadas de por medio.

-Eso quiere decir que aún tú te preocupas por encajar, ¿no? –afirmó más que nada, con aquella pequeña sonrisa infantil en su rostro, estrechando suavemente la mano de él; su contacto era agradable–. ¿Puedo preguntar cuáles serían algunas de esas ridiculeces a las que te refieres?...

Por ahí, se dijo, conseguía sacarle un poco de información extra, aunque en realidad la curiosidad por saber sobre su modo de pensar y ver las cosas fuera completamente sincero, sólo la pura intriga de colocarse en su lugar, sentirse en su lugar, y entenderlo un poco más. Lo que no quería decir que más adelante ella fuera a cambiar su forma de ser, pensar, actuar o acosarlo sólo por él...

-Eso no suena muy divertido... –comentó inteligentemente, tras hacer un mohín–. ¿Entonces para agradarle a los demás tienes que amoldarte a sus gustos? Un propio régimen social, qué horror. O eres parte del sistema, o eres un cero a la izquierda, ¿es eso? –otra mueca disconforme, prendiéndose imperceptiblemente y con lentitud del brazo que ahora ambas manos suyas sostenían–. Pero apuesto que si yo intentara amoldarme a tus gustos y/o comodidades tampoco lograría gustarte, ¿a que sí? –le miró con atención.

Ella estaba segurísima de que la indiferencia en él no era por la manera de ser de ella, sino porque así era él y ya, que ella fuera como fuera no iba a cambiar nada en él. Eso sólo hacía que el esfuerzo por llamar su atención y conseguir respuesta de su parte sólo fuera mayor, y por tanto, con una recompensa aún más satisfactoria para su ego y autoestima.

-Sí claro, ¿hasta el fin de mis días? Porque ése estilo de vida es de un ciclo sin fin –soltó con obvia ironía, y le miró graciosa–. Ni loca, tú no lo haces, ¿por qué tendría que hacerlo yo? Terminaría siendo alguien que no soy y eso no es vivir, yo quiero aprovechar y disfrutar mi vida.

Y más, si era a su lado. Fuera como fuera, aún si él no le demostraba interés alguno por el resto de sus días, o si sólo lo hacía para mantenerla viva, para ella valdría la pena si podía continuar con él. ¿Qué le interesaba que la sociedad pudiera aceptarla o rechazarla? ¡El que le importaba era él, y no se atrevía a echarla de su casa! Eso debía suponer una ventaja, sólo quizás...

-¿Cómo saber que no te gustan si jamás has probado...? Hasta ayer, no sabías lo que era un beso verdadero... –regresó sin pudor alguno–, y ya te dije, no me interesa el sexo; la dependencia es discutible, al igual que el asunto de los novios, y el dinero me importa poco mientras tenga lo suficiente para sobrevivir... Todo lo que me puede importar ahora eres tú, y hacer lo que tú esperes de mí si eso nos complace a ambos, lo que no quiere decir que acataré todo o aceptaré cambiar para ti. Si con el tiempo consigo que sientas algo por mí, será por lo que soy, no por lo que intente ser.

Le miró de reojo, y luego sólo se dedicó a seguir su camino estrechando sólo un poco su brazo, prendiéndose de él silenciosamente, pero con alegría; era realmente poco con lo que se conformaba si venía de él. Aunque estaba más que segura que él no estaba tan feliz de que centrara todo su mundo sólo en él, era algo irremediable y que, desde cierto punto, a ella poco le importaba. No importaba cuántas prioridades se pusiera ella, él iba a estar siempre hasta el tope de ellas.