De compras.

Con la mirada adherida a cada una de las fachadas y vidrieras que se iban presentándose, la muchacha fingió curiosidad hasta que, como de golpe, se paró algo incrédula, y consigo haló del brazo al chico que le acompañaba para que viera lo que ella. Ahí, a plena vista pública, colocados sobre maniquíes, se encontraban diminutas prendas de llamativo colorido y diseño. A su ver, parecía ropa interior femenina, pero al admirarlas eternidades, concluyó que no podían serlo, ¡quién en su sano juicio se pondría prendas tan lindas y llamativas para llevarlas ocultas bajo la ropa!

-... Alan –llamó jalándole ligeramente, como si fuera una niña pequeña buscando consultar sus dudas con su padre–, ¿las chicas normales usan esas cosas para andar en público...? –cuestionó con obvio escepticismo, señalando con inocencia los ceñidos bikinis del escaparate, unos con apariencia bastante modesta, y otros, mucho más escasos de tela, demasiado exhibicionistas y sugestivos.

-Son lindos... –admitió en un susurro quedo que no pretendía llegar a oídos del muchacho, aunque luego sonrió con mucho más ánimo, volviendo a halarle un poco del brazo con los ojos brillantes de ilusión–. Oye, ¿y algún día podrías llevarme a conocer la playa? ¡Di que sí, ¿sí?! Es que yo sólo he visto imágenes y oído algunas cosas, pero nunca he estado ahí...

Y por supuesto que no, se recordó. Ella lo más que conocía además de sus conocimientos literalmente implantados, era la tienda donde se sintió caer por primera vez, y más tarde, sólo la caja donde la habían vilmente empaquetado como un trozo de carne. Además, más allá de esperar encontrarse cara a cara con la brisa salada del mar y la suave arena bajo sus pies, aún esperaba –muy interiormente y a escondidas de su amo– poder verlo a él en traje de baño.

¡Ése sí sería todo un espectáculo! Y qué espectáculo...

-¡Graciaaas~! –alargó infantilmente, volviendo a aferrarse como garrapata a su brazo con entusiasmo–. ¡Eres tan lindo cuando quieres! No puedo creer que-... ¡mira! –se interrumpió de la nada, cuando toda su atención fue absorbida por uno de los locales del fondo, y no cualquiera, sino uno de los de apariencia más grande y colorida.

Ya de por sí el nombre de la tienda decía bastante, cuando la letra inicial se encontraba fusionada con una especie de florecita por demás femenina, y toda la fachada se encontraba decorada por un color rosa con detalles en purpura y amarillo. Era, a simple vista, una tienda de ropa y accesorios para chicas adolescentes; y muy bien surtida. Eso sólo lo pudo notar él luego de que su compañera lo arrastrara hasta la entrada sin esperar siquiera una respuesta de su parte.

No estaba fascinada, ni maravillada, ni mucho menos emocionada, pero lo que sí podía notarse a leguas en su rostro era la inmensa curiosidad latente en ella. Eran varios pasillos los que les recibían apenas entrar, donde la ropa era lo principal, conjuntos juveniles y a la moda que llenaban las vitrinas, seguidos más al fondo por la ropa interior, collares, bolsos, maquillaje, gorros e infinidad de accesorios. Los zapatos eran lo último, hasta el fondo del lugar. Y ella seguía con la boca abierta. ¡Era demasiado! ¡¿Cómo las chicas podían necesitar o querer tanto sólo para vestirse?! ¿Tan importante era verse bien...?

De pronto se preguntaba qué sentido tenía todo aquello, cuando sólo eran superficialidades. Ella no se creía necesitar la mayoría de todas las cosas que ahí abundaban, era bonita, tenía un buen cuerpo, ¿qué más podía necesitar? ¿Una blusa escotada...? No lo veía tan fundamental.

“... Me llamó por mi nombre” se dijo como embobada, luego de caer a tierra y sonreír con ilusión. ¡Era la primera vez que la llamaba por su nombre! Y eso, aunque fuera una minucia, para ella era increíble. Su colita lo decía todo, ondeándose de un lado hacia otro con ánimo, aunque no le duró más que un par de minutos, apenas regresó la mirada a las larguísimas filas y estanterías con sólo ropa. ¡Sólo ropa! Pensar lo que posiblemente se tardaría para observar todas las prendas ahí le daba tal flojera, que por instantes pensó que tras terminar ya no querría ver el resto de la tienda.

Sus orejitas se fueron agachando mientras ella se encogía en su lugar, ligeramente inconforme, sin nada de ganas de empezar a recorrer los pasillos en busca de prendas que le agradaran, hasta que unas risitas divertidas le distrajeron, haciéndola voltear. A su lado, tan sólo a unos metros de distancia, yacía un grupito diminuto de cuatro chicas adolescentes que el parecer, la miraban sin ningún intento de disimulo; ellas estaban bien arregladas, y la rubia sólo tuvo que ver sus prendas para saber que tenían buen gusto, nada escandalosas ni estrafalarias, sólo sencillas y femeninas.

No hizo falta acercarse a consultarles por un poco de ayuda, ellas se acercaron primero. Dos minutos después, Naomi sabría que su error habría sido no huir en ese mismo instante.

-¡Alaaaaan~! –llamó alrededor de media hora después, cuando el chico estaba de lo más aburrido en uno de los sillones, cayéndole al instante el enorme montículo de ropa al lado cuando la rubia se le subió de inmediato al regazo como gatito asustado, sentándosele encima y rodeando su cuello con ambos brazos–... Rápido, abrázame y finge siquiera algo de felicidad para que se vayan... –lloriqueó susurrándole al oído con la urgencia y el susto plasmado en la voz, tan sólo para que él viera por sobre ella y a unos metros de distancia las miraditas furtivas de las chicas que, aunque divertidas, ésta vez sí se molestaban en disimular que su atención se hallaba sobre la rubia mascota que mantenía gachas las orejas–... Acosadoras...

-... ¡Están locas, me sepultaron de ropa! –se quejó por lo bajo, sólo lo suficiente para que él pudiera oírle y nadie más, pero hizo caso inmediatamente en tomar la prenda, yéndose rápidamente al vestidor sin atreverse a alzar las orejas ni dejar de murmurar con terror–... Quién creería, las chicas humanas están locas..., ¡desquiciadas!...

Adentro del probador sin embargo, se permitió dejar salir todo al aire acumulado de su cuerpo, relajándose un instante para poder mantener la cabeza fría. Comenzaba a sospechar por qué era que Alan no tenía novia, ¡si esas se miraban discretitas, no quería imaginar el resto! Nunca más volvería a pedir ayuda u opinión alguna sobre algo a alguna humana, sobre todo si se trataba de ropa y accesorios, ninguna se media.

Las prendas de ropa cayeron con cuidado al suelo, dejando a su cuerpo frente al espejo únicamente con la ropa interior, y no se detuvo mucho a observar su reflejo que se colocó lo que antes el pelinegro le hubiera entregado. Era un vestido corto de una pieza, rojo, que se ajustaba al busto para luego caer suelto hasta unos centímetros por sobre las rodillas, con mangas cortas y cuello en V, con algunos detallitos menores en negro que lo hacían más llamativo que simple y que, de algún modo, le daban a ella una apariencia más infantil que nada, quizás demasiado aniñada.

-... ¿No parezco niña pequeña con esto...? –preguntó dudosa, tras correr la cortina para que Alan pudiera verla, dando una vuelta en su lugar con lentitud para ahora sí verse al espejo. Ya ni siquiera recordaba a las chicas acosadoras, sabría Dios si seguían ahí, ella no voltearía para confirmarlo.

-Mhm..., no sirves para dar criticas –susurró por lo bajo con inconformidad, buscando quitarle las prendas de ropa para volver a meterse al probador y sacarse aquello de encima; le hacía sentir ridículamente como si fuera una especie de Caperucita roja. Se sentía no-ella.

No obstante, fueron suficiente un par de cambios más de ropa para que ella fuera dándose cuenta cuáles eran más los tipos de prendas que se le daban, los que le quedaban bien, los que le gustaban, los que no, y los definitivamente le parecían incómodos o ridículos. Era cosa de encontrarle el chiste, se dijo animándose, formando una pilita de ropa donde iba colocando ordenadamente lo que le gustaba y convencía lo suficiente para llevarse. En realidad –luego se dio cuenta– le gustaba más cuando la ropa le ceñía el cuerpo o simplemente marcaba bien su cintura, porque eso era suficiente para hacerle resaltar tanto el busto como las caderas, y ella sola se fascinaba.

Colores fuertes o contrastantes con su piel y cabello, combinaciones cómodas que le dieran libertad de movimiento y no resultaran demasiado reveladoras. Blusas sencillas pero femeninas, de manga tres cuartos, camisetas lisas o de estampados sencillos, no demasiado cargados y que le quedaran ajustadas a su figura, y faldas, ¡oh venditas faldas! Los pantalones definitivamente no eran lo suyo, ni qué decir de los jeans, que se le hacían tan incómodos para moverse bien.

-Ya –afirmó tras colocar la pilita de prendas seleccionadas al lado del muchacho, y acomodando las restantes en sus ganchos para poder ir a regresarlas a su lugar más tarde..., si es que lograba recordar de dónde habían sacado cada una de las prendas aquellas adolescentes locas–... porque dudo mucho que quieras que te modele la ropa interior también, ¿verdad? –afirmó con gracia, dando una ligera miradita de soslayo tras la que sonrió al ver que, efectivamente, aquellas chicas latosas ya se habían ido.

A varios metros de ahí, la chica rubia yacía más ocupada en intentar regresar las prendas que había dejado de lado a sus lugares correspondientes, aunque al final, quedó tan harta que las terminó por meter todas juntas hasta el final del mismo perchero, muy disimuladamente. Nadie lo notaría, se dijo en medio de un mohín, y además ella no había tomado esas prendas, no tenía la culpa de no recordar dónde iban. ¡Los pasillos de ropa le parecían interminables, nunca iba a terminar de encontrarle su sitio a cada uno...! Que lo hicieran las encargadas, para eso les pagaban.

“Que mono que se ve en medio de una tienda cargada de feromonas...” se dijo con gracia, divertidísima una vez volteó a verlo terminando de pagar mientras embolsaban la ropa, pero no alcanzó a llegar a su lado que algo captó su atención a medio camino, dejándola de pie en su lugar.

Era una especie de... maquina, localizada justo al lado de la salida de la tienda, pero era graciosa, porque tenía forma cilíndrica, vertical, con una esfera de plástico transparente encima repleta de pelotitas pequeñas de todos colores, y aún con su finísimo olfato, detectaba el olor a dulce por sobre el plástico y el metal del artefacto. Se acercó lo suficiente para ver que bajo la esfera con pelotitas, había una ranura que al instante notó por el dibujo señalado, era para insertar monedas, y al acuclillarse frente a ‘la cosa’ notó otro detalle llamativo, pues la parte de abajo llevaba dentro una especie de mini tobogán que giraba en forma elíptica dentro del cilindro también de plástico transparente, por donde después intuyó como por lógica, se deslizarían las pelotitas de colores para salir por la puertita metálica que se encontraba hasta debajo de todo ese armatoste.

“Qué cosa rara...” se dijo tras sonreír, acuclillada frente a la maquinita y tratando de girar con curiosidad la perillita donde, por más que intentara, sin la moneda requerida no giraría completamente, pero eso era algo que poco le interesaba. Sólo quería ver funcionar esa cosa.

-¿Puedo...? –pidió volteando a verle con cierta emoción en la mirada, observando unos segundos la curiosa pelotita que apenas olfateó un segundo antes de darle una pequeña lamida–. ¿Es caramelo...? –susurró antes de tentarse con los dientes, al fin dándole una mordida que soltó la bomba azucarada en su paladar–. ¡Es chicle! –sonrió volviendo a mirar con atención la ahora media pelotita en su mano mientras mascaba con suavidad, sintiendo el sabor dulce y adictivo–. ¿Te gustan los dulces...? –le preguntó entonces desde su posición sin siquiera levantarse, teniendo que alzar bastante la mirada para encontrar la de él.

Y aunque era la primera vez que ella podía presumir de tener un dulce en su boca, sabía que los amaba. El problema, sin duda, eran los antojos, y no porque tuviera miedo de perder su figura –algo que dudaba sucediera alguna vez, tal y como ella había sido diseñada para que no sucediera–, sino por los malos hábitos... Todas las adicciones eran malas, no importaba de qué fueran; el exceso, en especifico.

Para ella no pasó por alto, atenta a cada uno de sus movimientos cuando ahogó la risita y aprovechó su distracción para robarle las bolsas de la compra, cargándolas en una mano antes de levantarse sólo a robarle un beso en su mejilla, tomándole la mano para volver a arrastrarlo de vuelta fuera del local.

“A veces parece un niño..., uno odiosamente adorable” se dijo esta vez conteniendo la diversión, sólo para no hacerlo enojar a él o sacarle de su estupor. Él se limitaba y negaba bastantes cosas según había podido ver, pero eso era algo que luego cambiaría, estaba segura; por algo ella estaba ahora con él.

-... Algún día te haré un postre... –susurró casi sin darse cuenta, decidida a ello. Primero tenía que investigar un poco más sobre sus sabores favoritos y preferencias dentro de ese ámbito.