Compras en el supermercado [WalMart]

-¿Tienes alguna lista de supermercado...? –preguntó con curiosidad apenas él le pasó al lado para poder ella seguirle el paso de cerca, quizás con la ligera esperanza de poder ayudarle a juntar las cosas más rápido, aunque tampoco estaba del todo segura.

¡De nuevo otra tienda llena de pasillos inmensos e interminables! Lugar ideal para perderse, o al menos ella, que entraba por primera vez y no tenía ni idea de cómo se encontraban divididos esos lugares, la atención a las acciones de su amo era fundamental para la sobrevivencia de todo pet, pero aún así era entretenido ver y saber que no era la única de su especie que acompañaba a su amo a todos lados, viendo nomás a la gente pasar, y las mascotas atentas siempre esperando por lograr ayudar en algo.

Ensimismamiento, quizás, en sus propios pensamientos. Fue la razón para que no notara siquiera el instante en que la rubia detrás suyo detuviera su paso y, consecuentemente, se fuera quedando atrás sin notarlo. El sonido de las ruedecillas del carrito de supermercado girando eran el único sonido que acompañaba a los pensamientos del chico, atestados por la golosina que inundaba su paladar, aún abrumándolo. Pasillos altos, largos e interminables que abarrotaban la enorme tienda casi de principio a fin, brindando facilidad para perderse con extrema rapidez.

Sólo que Naomi tenía un excelente olfato, y bastó con que su naricita se alzara para olfatear un poco y distinguiera el singular aroma de su amo para seguirle. Lo interceptó mientras yacía detenido en la sección de frutas y verduras, cuando se plantó a su lado para jalarle inocentemente de la manga y darle una sonrisa cuando extendió la bolsita perfectamente sellada frente a él.

-A los niños les gustan –afirmó tras tenderle el paquete de paletas, redonditas y de un rojo brillante; ciertamente llamativas para cualquier infante; o eso había visto ella en el comercial... y en el pasillo de dulces–... ¿A ti también?

-Haaaai~ –alargó infantilmente luego de dejar la bolsita en el carrito con una sonrisa completamente animada, entretenida y contenta de poder hacer más que sólo seguirlo de un lado a otro por aquel inmenso lugar, pero apenas iba a dar el paso para tomar su camino, se detuvo dándose media vuelta para verlo con curiosidad y excesiva atención–. Por cierto, ¿algunas en especial...? ¿Sabor, marca, o si tienes favoritas?

Saber su predilección, aunque fuera en un tema bastante trivial, se había convertido en su nueva y secreta misión. O quizás no era tan intrascendente, dado que el hacerle un postre se había vuelto una de sus futuras metas a conseguir, y para ello estaba el descubrir sus gustos y preferencias. Aquello se había convertido en un juego de investigación y desarrollo para ella,

Esta vez la chica mascota ni siquiera esperó por la respuesta cuando fugaz como el viento se esfumó con una sonrisa directamente a la sección de panecillos y galletas dulces, donde se dedicó a buscar únicamente con la mirada las que a su consideración eran las infinitas repisas que conformaban cada pasillo. ¡Cómo le hacía la gente para encontrar lo que quería entra tantas marcas, sabores, y cosas que entre sí eran TAN parecidas! ¿Se darían cuenta realmente de lo que compraban, o sólo compraban por comprar?

-Mhm... –balbuceó en un segundo de aburrimiento, cuando se dejó acuclillar sobre el suelo frente a las repisas, y sólo entonces notó hasta la parte inferior, un logo de ovalito azul que por sí mismo le llamó la atención–. ¿Será...? –susurró cuando tomó uno de los paquetitos, y notó que no era el sabor, pero sí la marca que Alan le había mencionado.

Maná. Y había varios paquetitos iguales, aunque todos eran de colores diferentes. Ah, esas no eran, notó cuando leyó en letras chiquitas el ‘sabor coco’ y la mueca disconforme se pintó en su rostro. No se imaginaba galletas con sabor a coco... o con sabor a limón –y ahí trato de reprimir el escalofrío–; ¡para nada que se imaginaba una botana que supuestamente debía ser dulce, en un sabor agrio y acido! Negó rápida e infantilmente con la cabeza, apresurándose a tomar las que eran rellenas de frutilla y chocolate, y apenas se puso de pie tomó las que primero le llamaron la atención; unas Chips Ahoy!

Segundos después, los piecitos ligeros de la jovencita de apariencia se detuvieron silenciosos a la espalda de su dueño, y la sonrisa traviesa y juguetona se formó con malicia cuando aprovechando la distracción del pelinegro, sus labios se detuvieron a esos centímetros de su nuca, sin hacer ni el más mínimo contacto, hasta aguantando la respiración, y seguidamente, la pequeña brisita de aire sopló sobre la piel pálida provocando como tantas veces atrás, los tan acertados escalofríos.

-Estaban en un rincón bastante bien escondidas, pero sí las encontré –afirmó con orgullo tras colocar los paquetitos en el interior del carrito, y sin mayor contratiempo de volteó para tomarle la barbilla con delicadeza y plantarle un beso dulce y suave–. Mi premio –reclamó, soltándole con igual velocidad para girar sobre sí misma entre risitas divertidas hasta el otro lado de la canastilla, y revisó con cuidado todo lo que había dentro para hacer sus propias anotaciones mentales; no estaba segura de lo que Alan acostumbrara gastar en sus idas al supermercado–. ¿Te falta algo? –inquirió al segundo en que su esponjosa colita comenzaba a serpentear tras ella a la espera del siguiente paso para aquel día.

-Hm... ¿Tennis? –repitió ella tras meditarlo; ¿Necesitaría calzado deportivo? La sola idea le iluminó el rostro–. Sí, ¡ya sé qué es lo que quiero! –concluyó de golpe, quizás demasiado de golpe, cuando arrinconó al pelinegro contra el carrito del super con una mano a cada lado de él, por no más que la pura emoción inconsciente–. ¿Me enseñarás? ¿Me enseñarías a jugar tennis? –rogó con la pura mirada cargada de esa inocente ilusión, aunque aún así no se diera cuenta de que por cada palabra que pronunciara su cuerpo se fuera acercando más y más contra su acompañante, que ya se veía desprovisto de su escaso espacio personal.

-Había una falda..., sí, una falda negra, hasta aquí –señaló con una mano hasta la mitad de su muslo, mientras le seguía el paso– entre la ropa que me compraste, y tenía un short por dentro. La tela era rara, de esa que se estira –observó distraídamente, con la tención más centrada en el muchacho que en la cajera que pasaba producto por producto por el lector de precios–. ¿Eso cuenta como ropa deportiva?

Los ojitos dorados se entretenían observando la apariencia al parecer inmutable del muchacho, y de a ratos los numeritos de la pantalla de precios que iban cambiando por cada producto que se sumaba a la lista. No sabía nada en lo que a precios altos o bajos refería, y no tenía ni idea de cuánto valían en realidad esos números en cuestión de costos materiales. ¿Alan acostumbraría a gastar mucho cuando iba al supermercado...?

-Alan... –llamó quedito la rubia sin prestarle mucha atención mientras él terminaba de firmar, esta vez más abstraída en el niño de escasos once años que se encargaba de terminar de meter todo en las bolsas de mercado y acomodarlo de vuelta dentro del carrito, haciendo espacio para las otras personas que esperaban en fila para pagar sus propias compras–. ¿Llevaremos todo a casa... a pie...?

¡Bingo! Hasta ahí le había caído la fichita. Ellos habían llegado caminando, ¿se regresarían todo el camino cargando eso de regreso a casa, o... es que llamarían un taxi? ¡Sería terrible si tenían que regresar cargando tantas bolsas! Su carita de angustia y susto infantil lo decía todo, pero no se sabría si era eso, o quizás otra la razón para que el niño de las bolsas mantuviera sus ojitos puestos en la pet con intensa curiosidad, inspeccionándola con la mirada silenciosamente de pies a cabeza, deteniéndose en sus orejas. Aunque claro, era algo que ella ni siquiera notó.

-Mhm... –se escuchó el balbuceo tras de él, como de quien camina como su sombra sin mayor pretensión, hasta que la kitsune le pasó de largo por un lado aparentemente muy ocupada con algo entre sus manos, hasta que ahogó la exclamación y se volteó de golpe–. ¡¿Éste eres tú?! –preguntó al instante tras mostrarle el interior de la billetera abierta que él ni siquiera hubiera notado desaparecer en su bolsillo, donde se mostraba su credencial de estudiante con su fotografía de un año atrás.

A todas sus anchas era él tan sólo un año atrás, claramente a comienzos del último año de preparatoria, pues su rostro no estaba tan afinado como ahora, así como muchos otros rasgos mínimos que en la fotografía no se le notaban tan marcados, quizás por los constantes cambios en su cuerpo de adolescente. No era un cambio radical, pero sí uno que se notaba si se le prestaba la debida atención..., algo que era un hobbie para Nao cuando se trataba del pelinegro.

-¡Qué mono! –ahogó traviesa cuando se giró en su lugar de nuevo de espaldas a él para poder contemplar la imagen, ondeando nuevamente su colita del puro gusto–. Nee, nee, ¿crees que luego cuando ya no te sirva, ya que vas a pasar a la universidad, me la regalarías?...

A partir de ahí fueron escasas las palabras que se pudieron escuchar, pues quizás lo más tardado fue el acomodar las bolsas de las compras dentro del portaequipaje del vehículo de tal manera que no fueran a apachurrarse entre ellas y que cupieran bien para que no fuera a pasarles nada durante el trayecto. No obstante, una vez terminaron de subir al taxi y todas las puertas se cerraron, bastó que Alan pudiera darle la dirección al conductor para que todo se volviera a sumir en el silencio adormecedor por el ronroneo del motor.

Naomi maldijo el silencio en su cabeza.

Exhaló con audible frustración, y tras sacar de nueva cuenta la billetera del bolsillo frontal a modo de cangurera que tenía su sudadera, volvió a esculcar con desenfado entre las tarjetas y credenciales que había ahí mientras casi inconscientemente se dejaba recargar de lado y de espaldas contra su acompañante, hundiéndose entre el pelinegro y el respaldo del asiento cual gatito mimoso buscando calor y comodidad, aunque eso sí, muy entretenida con la fotografía de su credencial estudiantil.