Abriendo Regalos de Cumpleaños

El delicado rostro de la criatura se distorsionó apenas cuando el ceño se frunció y los parpados se apretaron con fuerza, preparándose para comenzar a abrirse con lentitud y revelar aquellas fascinantes orbes miel, enormes y llamativas; demasiado expresivas. Lo primero que aquella mirada buscó, sin prisa alguna, fue la de aquel que permanecía frente a ella, y más tarde su cuerpo intentó incorporarse con igual lentitud sin siquiera interrumpir el miramiento absorto.

Era como ver una de aquellas películas mudas de tantos años atrás, sin palabras de por medio mientras se miraban el uno al otro sin reacción aparente, y entonces, cuando parecía que ella no se movería más de lo que ya lo había hecho, aprovechó la cercanía de aquel hombre a quien había aprovechado para grabar en su memoria desde el primer instante, y le robó un beso. Chiquito, suave y tierno.

-... Feliz cumpleaños, amo –musitó con aquella vocecita fina y sedosa, tras ladear una diminuta sonrisa.

-Naomi, con el código de registro tres nueve –elevó ligeramente su mano, sobre la cual descansaba el número de fabrica tatuado, pero al instante la retiró tras colocarse a gatas frente a él, apenas inclinando la cabeza para verle con curiosidad en una pose que consciente o inconscientemente, era de pura provocación visual.

La ligera prenda que cubría el cuerpo delgadito, estilizado y muy bien proporcionado de la fémina hacía que al ceñirse, incluso ante cualquier clase de movimiento de ella por más suave, pequeño o delicado que fuera, remarcara cada porción de su silueta sin dejar nada a la imaginación. Además, ella no iba a negar que tal como las reglas de los pets lo indicaban, apenas ver a su amo, se había enamorado de él; a pesar de que fuera absurdo o incoherente, o de que no conociera nada de él en absoluto, había sido inevitable.

-Es algo innecesario buscar información ahí –señaló tras una sonrisa juguetona, el folleto que él sostenía–, más si es sobre mí... Bien puedes preguntarme, de ti harían falta sólo unas palabras para que lo supieras todo de mí... –musitó quedamente, levemente insinuante.

-Oh, ¿la regla de los diez días?... –ladeó la sonrisa traviesa, sin inmutarse mucho en realidad mientras se acercaba a gatas frente a él, a la altura de sus rodillas–. Pero para eso hemos sido creados todos los pets..., para satisfacer las hambrientas necesidades de nuestros amos..., ¿no...? ¿No fue por eso que me pidieron, por lo que estoy contigo ahora...? –preguntó en un susurro, haciendo que sus manos se colocaran sobre las pantorrillas del muchacho en medio de un toque superficial pero que alcanzó a transmitir aquel deseable escalofrío involuntario cuando sus manos comenzaron a subir rozando la tela del pantalón, sólo con la suficiente intensidad como para que la piel bajo la tela pudiera sentir el incitante toque.

Inmersa en su mundo de silencio, la fémina figura se colocó de pie con dificultad, más que nada, porque la abrumadora realidad de aquellas palabras le atormentaba. Aún sí, su mirada dorada quedó clavada en el suelo mientras daba los pasos necesarios para llegar a él, y una vez frente a sí, rodeó su cintura con ambos brazos, muy suavemente, terminando por recargar su frente en el pecho del muchacho.

-... No soy una maquina... –susurró tras un ligero estremecimiento–... Podré no ser lo que ustedes denominan como ‘humano’, pero como, respiro y siento... Ahora eres tú Alan, el único amo que podré tener..., y si te rehúsas a cuidarme, moriré, porque eres el único que podrá tocarme de ahora en más –alzó la mirada profunda, llena de esa súplica muda–. No dejes que muera, por favor... –rogó suavecito, alzando un poco las manos por sobre su espalda para sujetar con fuerza su camisa y apresarlo contra sí, sólo logrando que el chico pudiera sentir en su totalidad el cuerpo de la hembra pegado al suyo, la tibieza, el calor y hasta el mismo olor dulce; su pecho apretándose contra el de él.

-Yo estoy aquí para satisfacer tus necesidades..., cualesquiera que éstas sean –afirmó bajo, aunque segura de sus palabras–. Tú eres mi amo, ¿recuerdas...? Lo que tú quieras que yo haga, eso haré..., o al menos intentaré –sonrió con debilidad–; imposibles no puedo tampoco, pero haré lo que pueda para ayudarte en lo que necesites, es tu decisión si me pones a limpiar tu casa, hacerte la comida, usarme de mandadera o lo que desees, pero eso sí... –sus manos se cruzaron tras su espalda con un tinte de travesura, sus ojos lo decían todo: ella podría ser un pet, pero querría su recompensa a su trabajo–, lo único que yo te pediré a cambio de todo..., es que te encargues de mantenerme viva... Y sí, no lo rebusques, es el único medio.

Fue increíble cómo de un solo movimiento los papeles de cada uno cambiaron tan radicalmente, de modo que el muchacho de cabellos oscuros quedara tendido en el suelo boca arriba, a los pies de la escalera, y la rubia a gatas sobre él, con una pierna y mano a cada lado de su cuerpo aunque sin permitir que sus cuerpos volvieran a tocarse como antes. Su mirada perduró sobre él, repleta de inmensa curiosidad e intriga, y más tarde, la sonrisa pícara se dibujó mientras una de las manos de ella subía hasta el cuello de la camisa de él, rozando los primeros botones de ésta como si amenazara con desprenderlos.

-... No me digas... que aún eres virgen... –susurró tentativamente con aquella pequeña sonrisita gatuna, y sus orejitas se movieron de un solo movimiento curioso, revelando su propio ánimo inquieto–. ¿Por eso te da pavor cuando te toco...? No tienes por qué temerle..., verás que te trataré bien... Te gustará... –casi prometió, dejando deslizar un par de dedos por sobre su pecho, logrando que él sintiera nuevamente el escalofrío recorriéndole la espalda por el tacto que se transmitía perfectamente aún a través de la tela.

-Son palabras difíciles de creer cuando vienen de alguien que sigue siendo casto y puro... –Oh sí, porque aquello no podría tomarlo de otra manera más que como una confesión de su parte; y por lo mismo, ella ni se afectó mientras la yema de sus dedos se deslizaban con extrema lentitud ésta vez por los brazos que le cerraban el acceso a parte del pecho masculino–... Además, yo no tengo ningún problema con que seas virgen..., todo lo contrario, si tú me dejas, será un privilegio poder demostrarte lo bien que puede llegar a sentirse el contacto piel a piel...

Porque ella encontraba de más explicar que aquellas eran funciones ya instintivas en ella, sobre todo cuando la función principal de todo pet era la de la satisfacción sexual, debían estar preparados para el tema... y claro, no sin cierta resistencia también, sólo por las dudas. Pero ella había quedado prendada de él desde el primer instante en que lo había visto, y por ello no iba a aceptar a nadie más, se encargaría ella misma de lograr su propósito con él.

-... Recuerda que fui un regalo especialmente diseñado para ti..., sería muy grosero de tu parte rechazarme... –volvió incitar con aquella voz tentadora sin despegarle la mirada, tan sólo inclinándose lo suficiente sobre él para su pecho se presionara contra los brazos del muchacho y sus senos rozaran un poco el abdomen ajeno.

Fue por poco aterrador la manera en que la mirada de ella se transformó, de pronto con un vestigio asesino y resentido, pero apretó los labios muda, y se apartó de él con brusquedad sentándose frente a él en el suelo, donde clavó la mirada apenas segundos después. Sus puños se tensaron, cerrados con fuerza, y tuvo que morderse la lengua antes de siquiera atreverse a decir algo, era poco decir que se encontraba frustrada, sumamente encabronada. ¡Apenas comenzaba a vivir y tenía que enfrentarse a tales sentimientos! ¿Y lo peor? Lo peor es que no podía hacer mucho porque era su mascota.

-... Sólo para eso recuerdas que eres mi amo, ¿no es verdad? –susurró conteniendo la bronca, y el agua salina que comenzaba a acumularse en sus ojos sólo del coraje; entonces sonrió con ironía, y clavó la vista acuosa con fuerza en él–... ¿Y qué harás, Alan? ¿Me mantendrás aquí y esperarás a que muera? Eso sí que habla bien de ti..., será el mismo destino que me esperará si decides deshacerte de mí...

¡Sin corazón, desinteresado! Eso es lo que era, y para su desgracia tendría que aguantarse, porque ella era sólo una mascota que debía obedecer.

-Ordénamelo –retó sin borrar la sonrisa irónica ni la mirada intensa sobre él, sin moverse siquiera un ápice de su lugar en el piso frío–. Ordéname lo que quieres que haga como el amo que eres, y si deseas que te obedezca, o haré lo que yo quiera... Créeme, no hay otra solución por más que quieras, mi sobrevivencia está en tus manos –cerró los ojos, aguantándose el suspiro frustrado, las lágrimas de coraje que apenas se asomaron por el rabillo de sus ojos, y ladeó el rostro.

Él era terco, pero ella también podía serlo. Ahora veía la desventaja que podía ser la función de enamoramiento a primera vista cuando no era tu amo el que te compraba o pedía, y más cuando el maldito no tenía ni un interés mínimo en ella. No, pasara lo que pasara, ella no se resignaría a morir tan miserablemente.

-Es cruel..., ¿no crees...? –le miró con tranquilidad, olvidando el semblante hostil de momentos atrás–... Hacer que las mascotas se enamoren de sus amos apenas verlos, es lo peor que pudieron hacernos...

-Je... –dejó escapar tras ladear la sonrisa, colocándose de pie con lentitud, para recorrer un poco la casa con la mirada. Ahora, diferente de antes, se ponía a ver el lugar de residencia de su lindo, tierno y humanitario amo con mucho más detenimiento.

Eso no cambiaba el hecho de que ella no pensara darse por vencida, oh no. Él sucumbiría, tarde o temprano, ella no iba a darse por vencida. Por eso sus manos fueron a posar sobre sus pálidos y delgados hombros, deslizando con cuidado la tela blanca de la única prenda que le cubría apenas el cuerpo, y ésta cayó sin más hasta sus pies, dejando que fueran ahora sus largos cabellos rubios que caían sobre su pecho lo único que cubriera las finas curvas de su silueta pálida, tersa..., y desnuda.

-Entonces..., ¿qué? ¿Necesitas que espere en el patio trasero a que salgas con la manguera para darme un baño, o prefieres que espere en algún lugar específico? –cuestionó con total desinterés, caminando cual Eva por el paraíso hasta tirarse recostada de espaldas al sofá, con ambas manos entrelazadas tras su cabeza mientras cruzaba las piernas.

-Sí, pienso, y muy bien, pero no es lo único que sé hacer. También se leer, cocinar, lavar la ropa, coser, barrer, trapear, aspirar, y muchas otras cosas más sin importancia... –recitó entretenida, apenas balanceando la pierna que descansaba sobre su otra rodilla, sin moverse de su posición ni despegar la mirada del techo, bastante entretenida de ver que su amo le daba la espalda y enrojecía hasta las orejas–. Pero obedeceré sólo si aceptas ser tú quien me vista..., o prometes que serás tú quien intimará conmigo antes de los diez días para mantenerme viva; tienes para escoger.

La sonrisita juguetona se acentuó más, y estiró un poco los brazos en medio de un ronroneo mientras volvía a bajar la mirada a él. Definitivamente era lindo, y si no fuera por su total desinterés hacia ella, seguramente habría logrado sacarle grandes y provechosas cosas a cambio. Ella era agradecida cuando quería.

-Ah..., y por cierto, la ventana está abierta –avisó como si nada, notando la ventana de la sala con las cortinas completamente abiertas de par en par, y seguramente una vista bastante tentadora para cualquier caballero que pudiera pasar frente a la casa.

-Dije si me vistes, no si me ayudas a vestirme, no voy a caer en esa treta, acepta y haré lo que dices~ –canturreó entretenida en el constante balanceo de su pierna, antes de suspirar y resoplar sobre algunos de los cabellos desmechados que caían sobre su rostro, haciendo que éstos se elevaran y cayeran a los costados por el lacio–. Y por cierto, pude oír eso, mi visión, oído y olfato son más finos que los tuyos. Tan sólo provócame y verás de lo que soy capaz.

¡Él era un malagradecido! ¡Cuántos, CUÁNTOS hombres de su edad estarían tan gustosos de tener a una mascota como ella tan dispuesta a hacer lo que quisieran, y tenía que tocarle uno que no le daba interés alguno! Él se la buscaba, ella se excusaba en su consciencia con ello.